La lluvia no le molestaba, eran los veinte, cuando el tiempo parecía eterno. Alexia estudiaba en la universidad. Tenía un trabajo de medio turno. La existencia no era compleja cuando se tenía el tiempo a favor, así que lo demás pasaba a un segundo lugar
Para algunos el paso del tiempo genera terror. De semejante sentimiento no escapan los hombres a pesar de que parece que las mujeres son quienes lo expresan más abiertamente una vez que el paso del tiempo les genera suma incertidumbre mientras luchan para que las huellas que dejan los años no se les note demasiado.
Asimismo, las expectativas son diferentes en cada momento de la vida. A los veinte años, se piensa que hay tiempo para todo. Aunque el camino a la preparación se ha iniciado, no es necesario apurarse tanto que cause fatiga.
Los treinta, para algunas, resulta el mejor momento para realizar las metas. A los cuarenta, hay más oportunidad de disfrutar los logros obtenidos mientras se continúa trabajando por algo más sólido. Y así cada etapa se convierte en un reto que traerá una nueva proeza; y cada momento vivido, una experiencia; y ésta, a su vez, se convierte en otro aprendizaje que se suma a los anteriores.
1 Juventud de sobra
Apenas Alexia había cumplido los veintiuno. Llevaba su cabello tan largo como podía. Usaba minifaldas y tacones altos. También se mantenía tan delgada como su cuerpo se lo permitía. Albergaba muchas esperanzas de que un destino prometedor la habría de acompañar, tal como siempre lo había soñado.
Era la década de los veinte, tenía una energía inagotable, podía pasar toda una noche leyendo, hacer dos horas de ejercicio, y soñar despierta mientras cumplía con sus labores diarias, con una frescura en su rostro que resplandecía.
Vivía con Octavio, mayor que ella, alto, de cuerpo joven pero de espíritu viejo. Los dos se amaban, quizá él amaba más que ella, pero, al fin, eso es lo que siempre sucede, que uno amaba más que otro mientras se finge no notarlo.
La lluvia no le molestaba, eran los veinte, cuando el tiempo parecía eterno. Alexia estudiaba en la universidad. Tenía un trabajo de medio turno. La existencia no era compleja cuando se tenía el tiempo a favor, así que lo demás pasaba a un segundo lugar.
Esa década de los veinte a los treinta duró más que cualquier otra. Los estudios estuvieron presentes, la preparación contó tanto como el mismo amor. Y se postergó el tiempo de la maternidad en pro de la independencia y de los ideales femeninos, que en otra época serían considerados feministas.
La amistad se valoraba aunque no había demasiado tiempo que compartir con los amigos cuando se trabajaba, se estudiaba y se realizaban las labores del hogar. Sólo los que eran tanto amigos de uno como de otro permanecían ahí, al lado de la pareja conformaba por Alexia y Octavio, haciendo noticia la cotidianidad, mientras el paso del tiempo se hacía imperceptible.
2. Pisando con pies firmes
Una mañana despertó Alexia. Y se encontró con que ya tenía treinta años. No podía creerlo. Había pensado que faltaba mucho para llegar ahí, pero el tiempo le jugó sucio. Lucía bastante bien. Ya no tenía ese cuerpo delgado que alimentaba a medias para conservarlo así, sus caderas se habían ensanchado y sus facciones ligeramente cambiado, pero aún así lucía hermosa.
Aunque continuaba superándose ya que eso no terminaría nunca, Alexia empezaba a pensar en otros asuntos. Necesitaba pisar con pies firmes, algo que por su naturaleza femenina no había podido conseguir a los veinte, cuando se creía tener alas para volar.
Iba al gimnasio, pero por más que lo intentaba le costaba mantener esa silueta de los veinte, de curvas sutiles. Su mente a veces vacilaba. Seguía con Octavio, no obstante, él no había cambiado tanto como ella.
De igual manera, Alexia ya no llevaba el cabello tan largo como a los veinte. Ni tampoco usaba ese tono rubio extra claro. Ya las canas empezaban a salir, pero sólo de un lado. Lo curioso era que ya hacían presencia en su cabello. Su vestuario también había cambiado y, por ende, la mini falda ya no formaba parte de él.
La etapa de los treinta a los treinta y cinco pasó lenta. Sin embargo, la de los treinta y cinco a los cuarenta se hizo corta. Justo cuando se dedicó tanto al trabajo que perdió el norte, y así se le fue un trozo de vida sin advertirlo, no jugando limpio.
Ya Octavio no estaba en su vida. Aunque había parecido el hombre ideal, uno de esos días descubrió que no lo era. Y empezó la búsqueda de quien sería su compañero por los años de vida que le quedaban. Ahí descubrió lo que sería luchar en un cuerpo femenino y no morir en el intento.
3. La mente más
lúcida con la edad
Un día Alexia despertó y tenía cuarenta años. No se sorprendió tanto como cuando cumplió los treinta años. Ya se lo esperaba. Se había preparado para ello, para cosechar triunfos y no sentir arrepentimientos.
Curiosamente, Alexia no aparentaba la edad que tenía. Parecía unos siete años menor. Su espíritu era joven; por ello su cuerpo también.
Ya se acercaban los cincuenta, Alexia sentía el cuerpo cansado, pero su espíritu aún seguía soñando con un mundo mejor. Las emociones se habían calmado. Su mente estaba más lúcida que antes, y tenía una capacidad que crecía cada vez más de entender lo que ocurría a su alrededor, sin cuestionarse a sí misma, y menos a los demás porque curiosamente su espíritu con la edad se hacía más sabio.
Definitivamente, los veinte se habían convertido en una etapa de su vida muy lejana. Tan lejana como otra reencarnación. Los cuarenta la acercaban a los cincuenta, y estos a los sesenta, poniendo al descubierto las huellas físicas y mentales, que va dejando el paso del tiempo.
Un motivo para
cada momento
*** Cada etapa de la vida tiene un ingrediente particular que la hace única. A los veinte, se tiene mucho tiempo para equivocarse, por eso todo se tiñe de una ligereza irreverente, mientras que a los cuarenta se garantizan los pasos acertados y los errores se descartan.
*** Con los años, el espíritu se vuelve más sabio, y todo aquello que en principio era cuestionable se vuelve comprensible y fácil de asimilar, porque cada etapa tiene su razón en que otras se convierte en la sin razón de la negación
La voz de la mujer
Isabel Rivero De Armas