La capacidad de distinguirlos no es un asunto académico que podría dejarse a los `teóricos’ porque la dominación total es la única forma de gobierno con la que una coexistencia es imposible
El sistema social, económico y político que Hugo Chávez ha estado montando desde hace 14 años ha sido comparado a menudo con otras tiranías y regímenes autoritarios. Al proceder de esta manera se ha pasado por alto la advertencia de Hannah Arendt: «Es decisivo que un gobierno totalitario es diferente de dictaduras y tiranías. La capacidad de distinguirlos no es un asunto académico que podría dejarse a los `teóricos’ porque la dominación total es la única forma de gobierno con la que una coexistencia es imposible».
Siguiendo esta advertencia, un primer nivel de comparación está prácticamente negado: con las dictaduras patrimoniales y militares de América Latina. Ellas fueron establecidas y mantenidas por caudillos militares, si bien algunos de ellos cultivaban elementos mesiánicos o «redentores». Pero en la cotidianidad de la vida social los ciudadanos, aunque desprovistos de sus derechos políticos y limitados en sus libertades civiles, podían llevar una vida privada en la que el dictador no se inmiscuía, siempre y cuando no se dedicarán a una oposición militante.
En un segundo nivel de comparación se recurre a los regímenes fascistas en las décadas posteriores a la I Guerra Mundial: el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el falangismo español, y a algunos países que los imitaban, como la Hungría de Horty, Bulgaria y otros. Aquí la comparación es más acertada. En estos regímenes, los líderes y sus partidos no se limitaban a la dominación política y la conversión de los ciudadanos en súbditos, sino que pretendían también interferir en su esfera privada. Además, su vínculo con los militares estaba caracterizado por su sumisión a los gobiernos civiles, aparte de que constituyeron cuerpos paramilitares, casi siempre encargados de aquella interferencia. La esfera económica la garantizaron por una alianza con el gran capital. Otra característica fue el culto a la personalidad del respectivo líder que, adicionalmente, se propagaba con un manto de mesianismo.
Tal vez por la permanente repetida pretensión de Chávez de instaurar el «socialismo del siglo XXI» y por su estrecho vínculo con Fidel Castro y «su» Cuba revolucionaria, un tercer nivel de comparación es con lo que durante la segunda parte del siglo pasado llamábamos «el socialismo realmente existente», con sus características de una economía centralmente planificada (sin reconocimiento de la propiedad privada de los medios de producción), el partido único, el enfrentamiento con el imperialismo, la sumisión de las fuerzas armadas al Ejecutivo, el culto a la personalidad y la conversión de los ciudadanos en súbditos (característica que comparte con el fascismo), con el agravante de que el líder promueve una división y un enfrentamiento entre sus seguidores y dentro de la población, al declarar que «sólo es venezolano quien es chavista», frase que se acerca a la afirmación de Hitler de que sólo los arios «puros» merecen llamarse alemanes.
En resumen, los tres niveles de comparación evidencian que el sistema construido por Chávez comparte rasgos con los regímenes militaristasdictatoriales; que su verdadera imagen se corresponde con los ejemplos de los niveles dos y tres, y que dicho sistema es, cual dominación total, incompatible con la coexistencia. La mutación de los rasgos mencionados en los niveles dos y tres, más las particularidades del sistema chavista, hace de éste lo que llamo el «neototalitarismo». Su superación es sólo posible por la unidad de los que somos execrados, por una nación de la que cada uno de sus miembros grita y actúa: «Yo no».
Heinz R. Sonntag