La explosión en la refinería de Amuay viene a alterar la dinámica natural que caracterizaba la actual campaña electoral. El curso de las tendencias e inclinaciones de voto pueden ser afectadas. Especialmente, porque lo ocurrido se inscribe en una secuencia de eventos, medianos y pequeños, que pueden lesionar severamente la imagen del Gobierno
No encontramos en plena fase del llamado chinchorro electoral, con las actividades rutinarias de toda campaña. Sin grandes sobresaltos. Giras, jingles y publicidad. Era de suponer que, luego de las vacaciones, hacia la segunda semana de septiembre, la campaña tomaría de nuevo un ritmo ascendente hasta llegar al clímax, en el que los contendores tiran el resto. Por lo general, en ese el momento de la radicalización de los discursos y de las grandes denuncias.
Sin embargo, la explosión en la refinería de Amuay viene a alterar la dinámica natural que caracterizaba la actual campaña electoral. El curso de las tendencias e inclinaciones de voto pueden ser afectadas. Especialmente, porque lo ocurrido se inscribe en una secuencia de eventos, medianos y pequeños, que pueden lesionar severamente la imagen del Gobierno: los muertos en la cárcel de Yare, la caída del puente de Cúpira, la suspensión de la cadena de Guayana. Situaciones de diferente signo, pero que tienen en común el problema de la ineficiencia en la gestión en pública. Una serie de microinfartos que pudieran representar “el evento” del que tanto han hablado los encuestadores, como único factor capaz de cambiar los resultados electorales. En este caso, no habría sido un solo hecho ni una bomba, como la que hizo volar la estación de Atocha, en España, en las elecciones que perdió José María Aznar.
Tampoco se sabe exactamente cuánto influirán estos eventos en la conducta electoral. No han sido sucesos naturales, como una tormenta, un huracán o una sequía, sino hechos que están relacionados con actividades e instituciones operadas por el Estado. La reacción de la gente puede ser negativa, aunque todo dependerá de la actitud del Gobierno frente a la situación, la solidaridad que muestre, la rapidez y la agilidad con que atienda y resuelva las secuelas, la aclaración de los hechos, el castigo a los responsables, las ayudas que suministre, la atención que le ponga al caso y sobre todo a la gente. Está por verse si después de una larga campaña de más diez años, en la que se acumulan episodios borrascosos de todo género y en la que nunca han faltado tormentosos sucesos, lo ocurrido va a cambiar el comportamiento de unos electores que piensan que lo han visto todo.
Por otra parte, los expertos y asesores de ambos comandos recomiendan cierta moderación, porque el objetivo es la conquista de los indecisos y los votos blandos que tiene cada candidato. No se puede ofender ni atacar tan de frente, ya que un chavista o un opositor blando, con dudas, tiene su corazoncito de un lado.
No siempre los candidatos le prestan atención a las recomendaciones de sus consejeros y, en otros casos, se sienten en la obligación de lanzarle un mensaje a los radicales que los apoyan. Por eso Capriles ha llamado a la gente del gobierno “bandidos y sinvergüenzas”, y por eso Chávez llama a sus contrincantes “majunches”. Al final de la campaña tendrán que medir qué es lo que les conviene más: tirar puentes a los blandos o radicalizar para consolidar lo que tienen. Voto es voto.
Leopoldo Puchi