¿Qué tal una rueda de prensa presidencial que dura varias horas, y en la que cabe no más de media docena de preguntas? ¿Qué pasó con el acceso diario, fluido y establecido a todos los recintos de fuente oficial, incluyendo Miraflores y Fuerte Tiuna? ¿Dónde está la Disneylandia roja que proyectan los medios rojos?
Los principales voceros del oficialismo rojo, sean periodistas de profesión o no, siempre quieren dictar cátedra ética en materia de periodismo. Y sobre todo en un sentido negativo: no hablan mucho de lo que debe ser, sino de lo que no debe ser. Esto último, desde luego, en referencia a la cobertura gubernativa de los medios independientes.
Pocas veces se habrá visto una crítica más injustificada, y no tanto por algunos de sus argumentos sustantivos, sino especialmente por la ilegitimidad de los denunciantes. Y es que el periodismo oficialista es todo un monumento a la propaganda descarada e insidiosa, y a todo lo que se enseña como típico del antiperiodismo en las escuelas respetables de comunicación social.
En estos días, por ejemplo, los moderadores de los programas de VTV estaban dedicados a denunciar una nueva conspiración mediática en contra de la “revolución”, porque diferentes periódicos abrían y titulaban con los horrores de la tragedia de Amuay. Y es que para los ámbitos de la prensa independiente no podría ser de otra manera.
Y no lo sería en cualquier otro país del mundo donde en verdad reinara la libertad de expresión, es decir la crítica abierta al poder sin que éste amenace o sancione. En el nuestro, sólo los medios oficialistas perciben y difunden la realidad venezolana, como lo hace Granma en Cuba.
¿Qué tal una rueda de prensa presidencial que dura varias horas, y en la que cabe no más de media docena de preguntas? ¿Qué pasó con el acceso diario, fluido y establecido a todos los recintos de fuente oficial, incluyendo Miraflores y Fuerte Tiuna? ¿Dónde está la Disneylandia roja que proyectan los medios rojos?
Todo esto no tiene nada que ver con periodismo y sí todo que ver con antiperiodismo. Es decir, no es que la mayoría de los componentes del llamado sistema nacional de medios públicos, hagan mal periodismo al dedicarse a celebrar al gobierno y vituperar de sus oponentes. No. Es que hacen antiperiodismo: lo contrario de los estándares más elementales que configuran la labor periodística.
Y claro, este fenómeno no es patrimonio exclusivo del complejo mediático del Estado. También se han producido extensiones en otros ámbitos del mundo comunicacional de Venezuela. Y es lamentable reconocerlo así. Pero la responsabilidad de los medios y comunicadores públicos es mayor, porque han pretendido consagrar el antiperiodismo, y no contentos con ello, también pretenden erigirse en censores éticos de los demás.
Cuando se compendien debidamente los desmanes de esta época menguada, el antiperiodismo oficial ocupará un lugar protagónico, y significará un capítulo lamentable en la historia de la comunicación venezolana.
Fernando Egaña