Victorias como la de Venezuela el martes en Asunción siempre dejan mucho que hablar. Y una de las cosas que todavía se comentan fue la renovada alineación con que el seleccionador César Farías encaró el partido. La derrota previa, en Lima, enrareció el ambiente, ya de por sí bastante movido. Como es habitual cuando las cosas se ponen difíciles, mucha gente enfilaba baterías contra el técnico. Y quizás por ello este abundó en detalles cuando Meridiano TV le entrevistó poco antes del partido. Cinco nuevas piezas en el campo (el sexto era el guardameta) son medio equipo. Y ello tiene que ver, por supuesto, con la táctica a desarrollar. Farías había adelantado en relación con la conveniencia de ajustar la preparación de cada partido al rival de turno, a sus características, por ello en esa entrevista le puso nombres a lo que pensaba sobre Paraguay. Lo significativo es que hubo un cambio radical en el desempeño de la Vinotinto. De aquel once cerrado atrás, dependiente en extremo del contragolpe y las pelotas detenidas, quedó muy poco. En cambio se vio un cuadro alegre, agresivo, que por primera vez en la era Farías tocaba seguido, avanzaba y cambiaba posiciones sin perder el balón, llegando a inquietar las líneas posteriores paraguayas y mostrando virtudes ofensivas que, si se les conocían individualmente, poco las habían puesto en práctica en la selección. Era evidente que estaban disfrutando. Y así se rinde más. Josef Martínez, hábil, incisivo, irreverente. Franklin Lucena, titular junto a Tomás Rincón hasta lesionarse y quedar fuera varios meses, avivado, certero en el corte y sobrio en la entrega. Luis Manuel Seijas (titular ahora, en otros tiempos no muy de preferencia de Farías, hasta dejó el equipo en una oportunidad), se manejó cómodo, a gusto con la pelota, hábil en la gambeta y con enorme claridad, al punto de ser, como Martínez, de los más golpeados por los rivales. «Maestrico» González, presente de manera accidental pues no había sido convocado y sustituía al lesionado Edgar Jiménez, fue de los más destacados en el manejo, en la conducción y la búsqueda del gol. Su pase para el primero fue una joya. Y de Dani Hernández, en su presentación en partidos oficiales, lo hizo a tal altura que es considerado tan destacado como un hombre (Rondón) que metió los dos goles. Habría que agregar que otro de los incorporados, Alexander González, tuvo problemas con la velocidad guaraní en la primera mitad pero luego se compuso bastante. Que Rosales cumplió en la otra banda, aunque es mejor todavía por la derecha. Y que no hablamos del resto, todos en buen tono, porque ya eran números puestos (Vizcarrondo, Túñez, Rondón). Y mejor no hablar de oportunidades perdidas por Paraguay (alguien diría que para eso estaba Hernández en la puerta) porque, por ejemplo, habría sido goleada si Richard Blanco apunta mejor al excelente pase de Arango que remató sobre la marcha y de primera, en el aire, sobre el travesaño. La oportunidad, reza el viejo refrán, la pintan calva. Y cómo la aprovecharon los «emergentes», brindándonos un excelente espectáculo, en el cual no faltó la entrega, el pundonor. Y, particularmente, disfrutamos dos detalles por los cuales hemos clamado porque, siendo sustantivos, no son habituales en la Vinotinto: la anticipación y, sobre todo, el juego asociado, la capacidad de ir del predio local al adversario tocando, con movilidad, claridad y sentido de profundidad. Claro que, desplegarse a la ofensiva representa riesgos, y hay que conseguir el equilibrio, que tampoco lo había antes pues el empeño defensivo limitaba el ataque. Porque, estamos claros, se sigue en período de evolución. Sería un atrevimiento decir que ha sido la mejor exhibición de la Vinotinto. Aunque en lo particular, para el gusto futbolístico personal, ha sido la más grata. Y una demostración de que sí se puede lograr aquello de jugar y divertirse. Son novedades de cara a la segunda vuelta. Que viene pronto, pues octubre está «allí mismito».