La verdadera crisis de nuestro tiempo y de nuestra sociedad es sin lugar a duda moral; todo o casi todo tiende a corromperse, tanto lo privado como lo público
A nuestra religión particular, en la mayoría de los casos, se le impone otra, avasallante y omnipresente: la religión del dinero. En la cultura contemporánea, el hombre moderno le ha puesto precio a todo, comenzando por sí mismo. Vida, dignidad y libertad terminan siendo bienes transables y las instituciones funcionan sobre estructuras de poder que no son otra cosa que estructuras de intereses. No hay principio político más eficaz y ejercicio teórico más efectivo que el de ubicar y hacerle seguimiento al dinero, su origen o procedencia y la manera cómo fue obtenido.
Un amigo ya fallecido decía que para explicar la dinámica social y política había que asumirla desde la asociación o los conflictos de intereses y lo resumía en una frase gráfica: “Socios, asociados en sociedad”. No hay principio ni ideología y mucho menos compromiso moral, de allí la mala fama del mundo de la política y de los negocios en general. Las relaciones humanas comienzan y terminan siendo relaciones de interés y particularmente en esta época de relativismo moral y axiológico donde por lo regular tiende a prevalecer sólo el interés, inclusive en el ámbito conyugal y familiar.
La verdadera crisis de nuestro tiempo y de nuestra sociedad es sin lugar a duda moral; todo o casi todo tiende a corromperse, tanto lo privado como lo público, y en este segundo caso es monstruoso cuando es la propia élite dominante la que da el mal ejemplo, configurando una “corruptocracia”, que es cuando todo el sistema tiende a cultivar y a hacer prevalecer la injusticia y la ilegalidad, es el Estado vacío, es el gobernante que no gobierna si no que manda. Esta anomia y patología ocurre cuando la sociedad se desorienta y extravía y pierde el norte moral y ético, cuando los poderes pierden su autonomía y sus dirigentes son tarifados o se hipotecan. El Estado se convierte en un instrumento de intereses particulares, es “privatizado” negando el interés general y el bien común; un buen ejemplo son los estados totalitarios en donde unos individuos y una camarilla lo controlan todo y se benefician de todo.
Esto ha ocurrido en todas las épocas y puede afectar en algún momento a cualquier sociedad, así ocurrió en la emblemática Roma y que permitió decir a Cicerón: “La República está experimentando inestabilidad política y económica, porque hoy en día las virtudes de los padres fundadores han dado paso a la corrupción”.
Ángel Lombardi