Gonzalo Himiob: El valor de la diáspora

El que se va sabe que debe “reinventarse” y someterse a procesos de readaptación que no son sencillos, y que van desde el replanteamiento de su plan general de vida profesional hasta la aceptación de que lo que hasta ese momento nos servía para sobrevivir, de pronto, ya no nos servirá más

 

Algunos de los que han decidido quedarse en Venezuela afrontando día a día los embates de nuestros males cotidianos, miran con recelo, o a veces con franca antipatía, a esas otras personas que por motivos personales optaron por probar suerte en otras tierras a la espera de que este duro temporal, el mismo que los que estamos acá capeamos día a día a palo seco, pase.

No hablo de las decenas de venezolanos que han sido forzados a irse por la persecución inclemente y absurda a la que han sido sometidos, y que han tenido que solicitar asilo o refugio en otras tierras sólo por representar una idea disidente en un país en el que, ya lo sabemos, oponerse al poder equivale a ser tratado por el gobierno como un criminal. Hablo ahora de los miles de compatriotas que por propia voluntad, y sin más apremio que el de sus propios impulsos, han decidido sustraerse de los riesgos que implica vivir en Venezuela, buscando un mejor futuro para ellos mismos o para sus hijos.

No son cobardes

De cara a lo que hemos visto en los últimos tiempos, especialmente delicados en materia política, creo que es conveniente revisar estas visiones sesgadas que a veces se tienen sobre los que se han ido. Todos conocemos a alguien cercano que decidió marcharse, todos tenemos algún amigo o algún familiar que tomó la decisión de irse dejando su país, su familia y muchos de sus afectos, atrás.

Lo primero que tenemos que comprender es que no hay cobardía en quienes se van, y de hecho las más de las veces, sobre todo cuando una persona no es especialmente adinerada o tiene familia, optar por la partida es algo que requiere de mucho coraje. Hay que verle la cara a eso de enfrentarse por propia mano a una cultura distinta, que a veces hasta se expresa en un idioma diferente, y que afectará todos nuestros ámbitos de vida, desde el laboral, hasta el más íntimo y familiar.

Costumbres definitorias

Cuando se ha vivido toda la vida en un país, se tiene un conocimiento claro de las pautas de socialización más elementales, que van desde la forma de interactuar con los demás hasta la comprensión de los valores más idiosincráticos de esa sociedad. En sociología aprendemos que una cultura determinada se define con base en los “mores”, las costumbres y los usos y rasgos que la caracterizan. Los “mores”, son las pautas obligantes, lo incuestionable, lo más esencial a la cultura en la que se vive. En nuestro caso algunos de nuestros “mores” serían, por ejemplo, los valores y principios que aceptados sin discusiones por todos nosotros, son parte inescindible y esencial de nuestra venezolanidad.

Las “costumbres”, que también son parte de cualquier cultura, son menos rigurosas pero igualmente definitorias, y se identifican con aquellos convencionalismos generalmente aceptados que, sin ser estrictamente vinculantes, son parte de lo que se asume como “lo deseable” o “lo preferible” en una colectividad determinada. En este rango entran, por ejemplo, nuestras concepciones generales sobre cuál es el momento ideal o la forma mejor para contraer matrimonio o para tener hijos, la manera en la que educamos a nuestros vástagos u otras pautas similares que sin ser de obligatorio cumplimiento son valoradas como “las adecuadas” en general.

Los “usos y rasgos”, por su parte, son los convencionalismos menores, pero también característicos de cada sociedad, que con los mores y las costumbres definen lo que en conclusión entendemos como una “cultura” particular. “Usos y rasgos” característicos de nuestra idiosincrasia venezolana son, por ejemplo, nuestras formas de saludarnos según estemos en presencia de conocidos o de extraños, la manera en la que hacemos las cosas habituales (desayunar, vestirnos, etc.) y todo aquello que defina en gran medida, aunque sin rigidez alguna, nuestra identidad.

La suma de todo esto, de nuestros “mores”, nuestras costumbres y nuestros usos o rasgos, es lo que nosotros denominamos “nuestra cultura”. Por supuesto, es posible encontrar en otras culturas mores, costumbres o usos y rasgos similares a los nuestros, pero lo lógico es que al confrontar nuestra venezolanidad con otras realidades, nos enfrentemos a algunas o a muchas disparidades que a veces no son fáciles de manejar. Por eso, en primera instancia, es menester destacar que el que se va, lo hace casi siempre consciente de que tal contraste ocurrirá y afectará, tanto a quien corresponda como a su familia (si decide llevársela con él o con ella) lo cual requiere, como ya lo he dicho, mucha valentía que es preciso reconocer y respetar.

“Las reglas del juego”

Lo segundo que creo conveniente aclarar es que la decisión de irse no sólo es normalmente una decisión que requiere de coraje y fuerza, sino además es una decisión muy difícil en lo emocional, pero además, en lo material. Mal que bien, cuando uno ha crecido y se ha formado acá, uno no sólo apuntala sus afectos en su país, sino además entiende cuáles son las “reglas del juego” que debemos respetar para procurarnos nuestra subsistencia. Muchas veces, lo sé por quienes se me han ido que son y han sido muy cercanos, la formación o educación que acá hemos recibido no es suficiente, o sencillamente no vale, para ganarnos el pan en otras latitudes con la misma holgura con la que nos lo ganamos acá.

El que se va, entonces, sabe que debe “reinventarse” y someterse a procesos de readaptación que no son sencillos, y que van desde el replanteamiento de su plan general de vida profesional hasta la aceptación de que lo que hasta ese momento nos servía para sobrevivir, de pronto, ya no nos servirá más. Muchas personas profesionales y serias deben virtualmente empezar de cero, desempeñándose en cometidos muy poco luminosos y que poco o nada tienen que ver con lo que había sido su oficio hasta que se marcharon. A esto, además, hay que sumarle que no es jamás sencillo insertarse en un mercado laboral competitivo en el que quienes se miden con nosotros son nacionales del país al que vamos, normalmente mucho más jóvenes, y que están completamente adaptados a su entorno.

¡Siempre Venezuela!

Pese a todo, ahí les vemos. Pese a las distancias se mantienen en contacto con nuestras realidades. Siguen sintiéndose, porque lo son, parte de nuestra historia y viven nuestras penas y alegrías de la misma manera en que las vivimos los que nos quedamos. Viene la elección más importante de toda nuestra historia y se preparar para poner, contra viento y marea, su grano de arena. Cuando el silencio se nos impone por acá, son ellos nuestras voces al mundo, y cuando a veces nos sentimos abandonados y solos, son ellos los que nos recuerdan que no lo estamos.

Ese es el verdadero valor de esta diáspora que tantas familias y sueños ha dejado incompletos: Cuando más se ha precisado, cuando más los hemos necesitado, nos ha demostrado que Venezuela bonita y libre que colma sus y nuestros anhelos es y existe, y será siempre posible no sólo acá, sino además en cada rincón del mundo en el que viva un venezolano.

CONTRAVOZ

Gonzalo Himiob Santomé

gonzalo.himiobs@gmail.com

Twitter: @HimiobSantome

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