Ya no cabe sino votar. Quedarse en casa no es una opción: es falso que la política nada tenga que ver con nuestras vidas. No es verdad que nuestros días puedan transcurrir sin que ella nos roce. El pequeño mundo que nos circunda -cualquiera sean sus características- siempre estará sujeto a los zigzagueos de ese universo al que tantos consideran lejano y turbio.
Lo que somos -como lo que fuimos y podemos ser- es el resultado de la suma de efectos que ella, directa o indirectamente, nos genera. La política es una fábrica que produce ciudadanos y naciones: ella nos esculpe y nos define; nos optimiza o nos desmejora a su antojo. Nadie escapa de sus largos brazos, ni está exento de sus huellas. Aunque creamos estar a salvo de sus dominios, todos hacemos parte de su círculo de influencia… Votar no es otra cosa que una manera de regularla para ponerla al tanto de nuestra superioridad.
Están equivocados quienes toman distancia de la política, creyendo que así se protegen de sus consecuencias. La política no nos omite: no pasa de largo sin mirarnos. Nos avista de lejos y de cerca y jamás le somos indiferentes. Para ella no existen escondites inquebrantables. Nos busca y nos encuentra porque no hay madrigueras que les sean ajenas… Nadie puede escabullírsele; nadie logra huir de su ascendencia y nadie, en absoluto, galopa detrás de ella…
Los países están a sus expensas y por eso es importante encararla: porque -tendiendo a ser arrogante y soberbia- nos corresponde, entonces, fiscalizarla e intervenir en sus caprichosas estelas. El voto es la herramienta más solemne de ese ejercicio de control; es el privilegio que poseen los pueblos para desempeñar su rol de majestad frente a la política y el poder, su más cercano pariente sanguíneo.
Sí tienen algo de razón aquellos que ven en la política un espacio sombrío y pantanoso. Desde luego, no lo es cuando se le asume como un genuino compromiso con el servicio público, en beneficio del acuerdo social, de la paz y el bienestar común. Pero es innegable que muchas veces ella es tierra fértil para las tentaciones más intemperantes y desenfrenadas.
Eso explica la razón esencial de participar en ella, desde la trinchera que nos toca a los ciudadanos de a pie: allí, frente a la urna de votación, desde donde, en un par de minutos decisivos, ejercitamos el mando sobre el poder, para elegir a quien se lo concederemos en comodato por otro ciclo republicano… Ese cosmos empañado y oscuro que tantos ven en la política, lo es en tanto nos desvinculemos de ella y en tanto nos equivoquemos en nuestro pronunciamiento. La transparencia u opacidad de la política dependen de la decisión de la gente corriente. Por eso hay que votar… y por eso, hay que hacerlo bien.
Argelia Ríos