Aunque Ud. No lo crea, al único hall de la fama que me falta por montar en mi auto es a Omar Vizquel
Viví, el pasado miércoles, como muchos otros venezolanos, un noche de emociones encontradas, entre nostalgia, alegrías y recuerdos. En medio de tanta crispación política, bien valió la pena disfrutar de uno de mis pasatiempos favoritos, el beisbol.
El momento fue oportuno, casual y emocionante al ver en dos tiempos a un par de venezolanos ejemplares. De inmediato lleve mi mente, mi tiempo y mi espacio a época de reportero deportivo cuando mí día a día era el cubrimiento del beisbol profesional.
Tanto con Vizquel como con Cabrera tengo historias que contar.
Permítanme compartirlas.
Cuando Omar debutó en el beisbol profesional venezolano me tocó entrevistarlo varias veces en el estadio Universitario y ya el futuro miembro del Salón de la Fama se había ganado su puesto en su primer año con los Marineros de Seattle. El mayor acercamiento de este periodista con el caraqueño fue en su época de jugador activo con los Leones del Caracas donde incluso tuvimos la oportunidad de rendirle un homenaje en nombre de aquél inolvidable parlamento regional que presidió Juan Carlos Delpino.
Vizquel siempre fue un tipo sencillo. Luego coincidí con él un par de veces a través de un amigo común en la Isla de Margarita y se nos quedó frustrado nuestro deseo de convertirlo en imagen turística de Venezuela, digamos que por la inopia de algunos.
Omar es el prototipo del verdadero ejemplo. Como atleta, como ciudadano, como venezolano. No dudo que de aquí en adelante también logrará lo que se proponga porque es un hombre revestido de muchas virtudes.
Lo del miércoles pasado fue de antología. Aún en el último día de su actividad como pelotero nos deleitó con una jugada magistral con su fildeo elegante.
Y como para cerrar con broche de oro, también nos regaló un hit de línea.
La honradez profesional de Vizquel no tiene parangón y con razón el público de Toronto lo despidió con una pancarta calificándolo de “Omarvelous”.
Qué orgullo.
Tiene por ahora dos cosas seguras: Su ingreso al Salón de la Fama y la admiración de millones de venezolanos.
Con Miguelito Cabrera mi encuentro ha sido más escaso, también circunscrito a los medios, pero tengo un recuerdo que contar que vale un kilo. Durante la época que residí en Miami como corresponsal de este diario me invitaron al viejo campo de los Marlins en Miramar para ver la presentación de un jovencito de Aragua que el equipo acababa de firmar.
El jovencito era Miguel Cabrera quien esa tarde nos deleitó recogiendo rollings en el infield como parte de su presentación oficial a los medios. Al acercarme al joven Cabrera a quien desconocía totalmente me sorprendió con una pregunta:
– ¿Cómo está el boxeo?
Yo sorprendido le dije.
-Bien…bien. ¿Y por qué me preguntas eso?
-Tú no te acuerdas. Hace dos años fuiste a la casa de Miguel Acosta para buscarlo para meterlo en tu cuadra. Miguel es vecino mío…es un gran boxeador.
La conversación, que hasta el momento ha sido la única, fui muy fluida. Y con los parabienes de siempre concluyó el encuentro.
Lejos estaba de saber que años después observaría como aquel mozalbete escaló lo más alto de la cima para convertirse en triple coronado del beisbol, convirtiéndose en el jugador del momento en el mejor beisbol del mundo.
Ambos, en sus diferentes contextos son los ejemplos que nos merecemos como país. No solo en el deporte, también en las artes, las ciencias, la tecnología, la cultura.
Digamos que Vizquel y Cabrera han sido casos opuestos. Mientras el caraqueño ha tenido una vida intachable dentro y fuera del campo, Cabrera ha tenido que confrontar varios episodios extradeportivos, pero he allí la moraleja.
Miguel está demostrando que cuando se quiere, se puede y que es mejor levantarse a tiempo de una inesperada caída que quedarse postrado en el suelo por falta de voluntad.
Aparicio y sus sorpresas…
Y como hoy no se puede hablar de política vamos a dejarles otro relato, vivencias de mi modesto periplo como reportero deportivo y las relaciones que a uno le quedan.
Se trata de una vivencia que nada ni nadie podrá igualarla a menos que Vizquel me conceda ese privilegio.
El 12 de agosto de 1984, venía en camino desde el estadio José Bernardo Pérez acompañado de dos personajes de excepción. Carlitos González –mi maestro—y Luis Aparicio. Veníamos rumbo a Caracas luego de la transmisión del partido entre La Guaira y Magallanes a través de RCTV.
Yo era el conductor de aquél elegante Conquistador dorado que tenía Carlitos. De pronto, el gigante deportivo Rumbos a través de las hondas hertzianas mete su gran fanfarria y anuncia que el venezolano Luis Aparicio acaba de ser exaltado al Salón de la Fama del beisbol.
Yo, que ya iba mudo ante estas dos figuras, me quedé el shock. Venía por el retrovisor a un Aparicio a punto de soltar las lágrimas.
Una voz fuerte. Un grito mejor dicho del mejor comentarista deportivo de Venezuela de todos los tiempos retumbo en mí como un regaño.
“Párate coño… ¿No estás oyendo?…Párate en el hombrillo….vamos a darle un abrazo a Luis…”
Hoy puedo decir que después de Carlitos fui el segundo en darle un abrazo a nuestro único Hall de la Fama en el peligroso hombrillo de la ARC.
Rodamos unos kilómetros más y nos paramos en la Encrucijada. Carlitos me mandó a comprar una botella de champaña, pero Luis me detuvo. “Yo lo que quiero es un teléfono para hablar con mi familia”.
En minutos La Encrucijada era un mar de gentes saludando a Aparicio. Al rato aparecieron los peloteros de La Guaira…y luego los músicos de Guaco que venían de un concierto y montaron la rumba ahí mismo.
Un cuento como este, en medio de esta emoción que nos regalan nuestro héroes del beisbol no podía dejar de hacerlo público a través de la palabra escrita, pues mis amigos cercanos ya se aburren de las tantas veces que he echado el cuento.
Finalmente, ya viviendo en Estados Unidos me toco buscar a Aparicio para llevarlo a un banquete en Miami por solicitud de un amigo que lo había invitado para hacerle un homenaje. Yo, por supuesto, encantadísimo.
Cuando llegué al hotel lo encontré en el lobby jugando naipes. Lo llame por su nombre, se levantó con su parsimonia de siempre y me dijo.
-Te tengo que pedir un favor…
-Diga general…
-Es que ando con dos amigos y me los quiero llevar para la fiesta… ¿No tienes problemas…?
-No…para nada, como usted diga, general.
Ese par de amigos eran Joe Morgan y Johnny Bench, otros dos miembros del Salón de la Fama.
Son crónicas de lo cotidiano.
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