Los países nunca tocan fondo. Siempre pueden estar peor. Quienes viven al lado de las aguas negras no terminan por percibir el mal olor
No estamos en el mejor momento para analizar lo ocurrido en las elecciones presidenciales. Para hacerlo hay que serenar el espíritu, agudizar el entendimiento e inventariar con honestidad los aciertos y errores cometidos en el ajetreo político de estos años. Tan importante es clarificarlos con relación a la oposición como con el régimen chavista. Pocas veces se cumplen estas tareas con la honestidad intelectual que necesitan. Pero, después de catorce años es indispensable hacerlo al margen de intereses personales, bien sean económicos o políticos.
Los países nunca tocan fondo. Siempre pueden estar peor. Quienes viven al lado de las aguas negras no terminan por percibir el mal olor. Con esto quiero decir que el deterioro se hace progresivamente imperceptible para quienes lo sufren. Lo notan plenamente quienes nos visitan ocasionalmente, los observadores a la media distancia o quienes cultivan el permanente análisis crítico de la realidad que los rodea. Es válido hasta en la relación humana con vecinos o familiares. Venezuela está muy mal y ha dado un paso largo para peor. No creo en propósitos de enmienda, ni en rectificaciones, ni en reconciliación política posible en el tiempo por venir. En veinte años, seis más, quizás la destrucción no llegue a los extremos que Cuba intenta superar, pero esa seguirá siendo la tendencia. Lo sucedido es malo para los demócratas del país, del continente y del mundo.
Buena parte del liderazgo sigue sin comprender la verdadera naturaleza del problema del país. No es electoral, sino existencial, de principios y valores que desaparecen. No los defendemos con la fuerza de la convicción profunda. Muchos se adecúan a los intereses de quienes conducen el proceso. A veces por comodidad, otras por conveniencia y no descartemos las complicidades abiertas o encubiertas que aparecen en los momentos críticos. La nación entera es testigo de cuanto digo.
Los análisis abundarán. Mi ánimo no está para hacerlo hoy. Sin embargo, dos cosas quiero puntualizar. Una, el reconocimiento personal y político a Henrique Capriles por su constancia y esfuerzo sostenido. Y otra, el destino de los exilados y de los presos políticos. De todos ellos, especialmente de mis hermanos recluidos en el Helicoide, Sebin, víctimas de la ajuricidad infamante del comunismo a la cubana.
Oswaldo Álvarez Paz