Ella se prestó, pues no le quedaba más, a los avances gastados e invasivos del viejo. Así continúo, entonces, la noche, pero entre una y otra embestida arrebatada a Ella su razón la sorprendía huyendo hacia el recuerdo de la voz de aquel joven, que aún derrotado, le había devuelto la fe
La suerte estaba echada. El máximo tribunal del pueblo había decidido que la separación, pese a tener visos claros de legitimidad y ser en principio necesaria, no sería posible por el momento. El viejo, consolidado por tal fallo en su posición de dominio, había recurrido a todas sus añejas mañas durante el proceso, para convencer al jurado de sus bondades, las verdaderas y las falsas, y había pedido más tiempo para “ser mejor” y para enmendar sus fallas, todo lo cual lo había logrado sirviéndose del inmenso poder por tanto tiempo acaparado, y de recursos que en realidad y para mayor ironía, no eran suyos sino de Ella.
El joven por su parte, había propuesto un nuevo camino y una esperanza diferente, y lo había bregado durante el proceso, a diario y a pulso, sin la pompa ni los caudales del viejo, en un esfuerzo casi titánico y monumental, que superó flagrantes desventajas y no conoció de cansancios, ni de quebrantos. Pese a todo, la juventud no había logrado el favor final del que decide: Ella se quedaría con el viejo, así fuera a título nominal, por ahora.
No le había resultado fácil al jurado tomar la decisión. Más allá del resultado, que a diferencia de las competencias deportivas no premiaba a los “subcampeones”, entre argumentos y contraargumentos se había roto, de manera definitiva, la hasta ese momento aparente y dócil aceptación mayoritaria que el viejo esgrimía continuamente a su favor. Algunos de sus miembros incluso salvaron su voto, unos por el miedo que el viejo les inspiraba ciertamente, pero los más por simple irresponsabilidad, por su ciega incapacidad para comprender tanto la gravedad de la situación como lo delicado de las variables en juego.
“Somos así…”
El joven levantaba como estandarte su promesa de evolución hacia otros destinos, más luminosos, en los que Ella no se sintiera partida entre los dos fervores que le atenaceaban las ansias. El joven sabía que Ella estaba harta de pelear contra sí misma, encarnaba el fin de los hastíos pasados y presentes; pero nada de eso fue tomado en cuenta por el jurado, al menos por la mayoría de éste que se atrevió a expresarse y que en definitiva, apoyada además por quienes habían decidido callar, concedió la victoria a la permanencia y a la inercia. A veces somos así, preferimos el “malo conocido” al “bueno por conocer”, confundimos la continuidad con la paz, obviamos que no es menester permanecer atados por siempre a lo que está mal, y olvidamos que en algún momento, ganados a la esperanza, profesamos que los cambios, incluso los cambios radicales, son lo que más nos conviene.
Existencia dura y pesarosa
Ella estaba preocupada, rota, ajada. Una parte de Ella respiraba tranquila, al haber salido de las angustias que el proceso le había generado, pero otra se miraba al espejo con incredulidad y hasta con evidente melancolía. Sentía afecto por el viejo, pero también una profunda angustia, pues Ella lo sabía, si todo el jurado se hubiese pronunciado, si todos hubiesen sido parte de la decisión, sus ilusiones sobre los cambios que anhelaba, quizás, no se hubiesen truncado.
Pese a que las cosas para bien o para mal seguirían iguales, el viejo era ya, según las cuentas que se sacan en estos casos, más parte de su pasado que de su futuro, y estos convulsos catorce años juntos ya nos pesaban mucho, a Ella y a todos. Los males de Ella, los mismos contra los que el viejo había jurado luchar desde que por primera vez la sedujo seguían allí, indelebles, abrumadores, y además se les sumaban otros males nuevos, también crudos e inclementes, que eran hechura exclusiva y excluyente de las muy egoístas y no siempre realistas visiones del viejo sobre la vida y el mundo, todo lo cual le hacía a Ella la existencia cada vez más dura y pesarosa.
Sin cheque en blanco
No más puso los pies afuera de aquellas frías paredes, en las que todo había sido decidido, el viejo se había mostrado amable y respetuoso, no sólo con Ella, sino además con el joven y hasta con aquellos que como miembros del jurado no habían respaldado sus anhelos de eternizarse. Sin embargo, a poco de aquello y para mayor tristeza de Ella, retomó su lenguaje altanero e intolerante. Prendado como estaba el viejo de su victoria, por momentos parecía no percibir que ésta no había sido todo lo aplastante que él hubiese deseado.
Ya sus fuerzas no eran las mismas. Muchos habían apoyado al viejo en su pretensión de permanecer unido a Ella, al menos por un tiempo más; muchos habían decidido darle una nueva oportunidad, pero no había en ese gesto, y cualquiera que analizara las cosas en frío podía verlo fácilmente, el carácter entregado, ciego y complaciente de otrora. Se le había dado un nuevo cheque, por así decirlo, pero no era esta vez el mismo cheque en blanco y sin fecha de vencimiento del que antes, cuando pregonaba novedad y futuro, había gozado y abusado el viejo a placer. El joven, además, había dejado claro que tanto los que le habían apoyado, como los que no lo habían hecho, se mantendrían vigilantes y exigentes, y que de ello él mismo se ocuparía, haciendo suyas las banderas, sueños y argumentos de los unos y de los otros, pues su amor y su compromiso con Ella iban mucho más allá de cualquier resentimiento. En esto el joven tenía sobre el viejo otra indiscutible ventaja: El tiempo estaba de su lado.
Tuvo suerte, por ahora
La decisión había revindicado al viejo, y lo había hecho aparecer ante propios y ajenos como el válido campeón de la dama, pero no había manera de ocultar que para Ella lo ocurrido implicaría mucho más que cumplir débitos conyugales a los que ella, dentro de su alma lo sabía, ya no se prestaba con el gusto o apasionamiento de los primeros tiempos. Ella sabía, mujer al fin, que un corazón dividido entre dos amores no pertenece en realidad a nadie, y que por ahora, al habérsele negado la posibilidad de beber de otras y más frescas fuentes, seguiría sintiendo esa sed que la atormentaba desde que nació.
Mientras Ella, silenciosa, pensaba en todo aquello, llegó por fin con el viejo a su palacio. A Ella le sorprendió no encontrar las bellas y aromáticas flores que adornaban, en situaciones parecidas, los festejos de otros tiempos. Olía a otoño. Sólo una que otra exclamación atiplada y algún aplauso a destiempo de alguno de los lacayos le confirmaban al viejo que la suerte, por ahora, le había favorecido una vez más.
Joven devolvió la fe
Ya en soledad, él la convocó entonces, autoritario, a su lecho; pero esta vez Ella no acudió como antes lo hacía, de inmediato. Forzada al tálamo en el que se había decidido que permaneciera, Ella se prestó, pues no le quedaba más, a los avances gastados e invasivos del viejo. Así continúo, entonces, la noche, pero entre una y otra embestida arrebatada a Ella su razón la sorprendía huyendo hacia el recuerdo de la voz de aquel joven, que aún derrotado, le había devuelto la fe y la había hecho reflexionar sobre el triste sino de los que equivocados se creen eternos dueños de sus favores, sin entender que la única eterna es Ella y que por su piel y sus afectos todos estamos, en realidad, de paso.
CONTRAVOZ
Gonzalo Himiob Santomé
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