“El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”. Pablo Neruda
Cuando preparo esta entrega, leo la noticia de que el partido PODEMOS puso los fiadores necesarios para que la animadora Jimena Araya, mejor conocida como “Rosita” saliera, cuando le toque, en libertad, merced la medida cautelar con la que sorpresivamente fue favorecida esta semana por un tribunal de Aragua, luego de haber permanecido casi un mes evadida de la justicia, sin dar muestra alguna, salvo una que otra declaración netamente retórica hecha por sus abogados, de querer enfrentar el proceso que se le sigue por la fuga de un peligroso “pran” del penal de Tocorón, en la que ella aparentemente habría colaborado.
Hay “peligro de fuga”
Digo que la medida fue sorpresiva, al menos para quienes somos abogados, porque en nuestro derecho aunque se supone que la libertad durante el proceso es la regla, que no la excepción, hay ciertos límites que deben respetarse. Entre ellos destacan lo que en buena ley se conoce como el “peligro de fuga” y el “peligro de obstaculización”. En palabras sencillas, hay “peligro de fuga” cuando el imputado demuestra que puede sustraerse con facilidad, y que así lo quiere, de las consecuencias de la investigación que se le sigue; hay “peligro de obstaculización” cuando por otro lado el justiciable puede afectar la buena marcha del proceso o está en capacidad de influir en los operadores de la justicia, en los testigos o en otros sujetos procesales, a través de la intimidación por ejemplo, para evitar la condena.
La modelo, como ya expresé, tenía cerca de un mes que conocía la existencia de una orden de captura contra ella, y no había hecho nada realmente significativo para, como decimos en el argot legal, “ponerse a derecho”. Si algo había demostrado su actitud era un evidente “peligro de fuga”. No sólo no se había entregado a la justicia, sino además fue capturada cuando se disponía, según cuentan los medios, a comprar un tinte de cabello que alterase los tonos azabaches de su lustrosa cabellera, no con la intención de hacerse más bella ciertamente, sino con la de disimular su ya de por sí llamativa apariencia. A eso sumémosle que los delitos que se le imputan tienen que ver precisamente con el favorecimiento de la fuga de otro sujeto. Aún así, el tribunal decidió que no había mérito para mantenerla encarcelada durante el proceso, que cuando proceda, continuará con ella libre y sin más limitaciones que la de no poder salir sin permiso del país y la de presentarse cada quince días ante el Tribunal.
“Algo está podrido en Dinamarca”
Estimados lectores, no me malentiendan. En primer término, no ando metido a farandulero ni creo que lo importante de esta situación sea el hecho de que la afectada es una rutilante figura del espectáculo. Ese lado banal y amarillista de la cosa no es el meollo del asunto. Tampoco tengo nada contra el hecho de que a una persona, a cualquiera que sea, se le garantice su derecho a ser juzgada en libertad durante un proceso penal, pues esta no es sólo una previsión que no ha de discriminar a nadie, sino además es una que destaca el valor de la presunción de inocencia, también objetivado en nuestra Carta Magna, según el cual hasta que una sentencia definitiva y firme no disponga lo contrario todos tenemos el derecho a ser tenidos y tratados como inocentes.
Pero lo cierto es que en palabras de Shakespeare “algo está podrido en Dinamarca”. Desde el inicio de esta ordalía, y aunque antes de esto no hablaba, la modelo arrimó su mingo, conveniencias de por medio, a la “revolución”, llegando incluso a pregonar de la noche a la mañana una lealtad política, que hasta que se le dictó la orden de captura, le era completamente ajena. Lo triste del caso es que al parecer, esta manera de actuar, bastó y sobró para que a ella se la tratara como se supone debe la justicia tratarnos a todos, sin distinciones.
Práctica discriminatoria y hasta racista
Conozco varios casos de presos y de perseguidos políticos, o de presos del poder, a los que se les mantiene injustamente encarcelados, en investigaciones eternas, por crímenes mucho más leves que los que se le atribuyen a “Rosita”, aun cuando jamás mostraron “peligro de fuga” ni “de obstaculización”. Muchos de ellos incluso, al conocer que se les encimaba la tormenta de ese absurdo irracional, que hoy por hoy, es nuestra administración de injusticia, corrieron prestos y diligentes a ponerse a la orden de la autoridad, desvirtuando con ello cualquier argumento dirigido a mostrarles como sujetos peligrosos o reticentes, no obstante lo cual fueron a dar con sus huesos a la prisión, sin que exista voz o norma, por racional o certera que sea, que les ampare. Para estos otros, para los que no se dieron a cantar loas cobardes a Chávez apenas se vieron con la espada al cuello, la justicia no existe.
La cosa es aún peor, y hasta muchos oficialistas conscientes se han dado cuenta de ello, quejándose como corresponde y con justas razones. Muchas preguntas, lamentablemente con tristes respuestas, nos fuerza a hacernos el caso de “Rosita”: ¿Cuántas mujeres, mucho menos notorias y mucho más pobres, sí han ido a parar al INOF, aunque estén siendo enjuiciadas por crímenes mucho más leves que los que se atribuyen a la famosa modelo? ¿La ley entonces, aplica bien y como corresponde sólo a los que tienen dinero, a los que son “bellos y famosos” y a los que se proclaman como chavistas, así sea a “última hora” y a modo de extremaunción? ¿Acá una mujer sólo necesita estar “bien buena” o tener unos cocos bien puestos, para que los jueces confundan su belleza y sus curvas con bondades que no tiene? ¿No encubre todo esto una evidente, y muy poco “socialista” práctica discriminatoria y hasta racista? Y lo peor: Al haber “Rosita” jurado apurada su “lealtad” al presidente, y al haberse esto revelado como “efectivo” para que la ley fuese benigna con ella ¿No se nos confirma que en realidad nuestro poder judicial no es autónomo ni independiente, y que acá el que mueve los hilos de la justicia es el propio Chávez?
Cárcel para pobres
La indignación de los presos políticos y del poder ha de ser inmensa, sobre todo la de aquellos que siempre dieron la cara, la de los no andaban buscando formas de alterar su apariencia para evadir la acción de la justicia, y sin embargo, terminaron presos; pero no me quiero ni imaginar la rabia que deben sentir esas otras mujeres, las más humildes, las que no cuentan con un partido político que dé la cara y la plata por ellas, las que sí están en la cárcel incluso sin haber sido formalmente condenadas, al confirmar que lo que al final las llevó al ergástulo no fue la gravedad de la falta cometida, ni su mala o buena disposición ante la autoridad, sino su pobreza y el que no tuvieran para mostrar al mundo unas tetas inmensas y de campeonato, sumadas a una voz melosa y sonreída, pero lábil y acomodaticia, que le hubiera dicho al mundo cuando tocaba, fuera cierto o no que ellas también, como ahora y de sopetón lo “descubrió” Rosita, “Creen en Chávez”.
Gonzalo Himiob Santomé
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