Atraso, vulgaridad, ausencia de humanidad y de respeto nos golpea la cara con demasiada frecuencia. Nos burlamos y hacemos chistes de las mujeres en desgracia, pero no decimos mucho sobre los hombres desgraciados
Dos hechos presenciamos la semana pasada. Uno entre jocoso y morboso, y el otro ciertamente bochornoso. El primero no es más que un hecho delictivo, que probablemente habría pasado por debajo de la mesa (o al menos no con tanta notoriedad) si se hubiese circunscrito a otro episodio más de nuestra realidad carcelaria. ¿Qué tendría de raro que uno de esos que porta el nombre artístico de pran se fugara de la cárcel? ¿Ellos no son los que mandan en esos recintos? Lo raro es que no se fuguen.
El asunto fue, y es lo que le puso condimento a la noticia de sucesos, que al parecer dicha fuga se entreveró con la visita de una muchacha de la televisión a la cárcel y su posterior enconche. Los detalles realmente sobran. La prensa regional y nacional tituló y le siguió la pista (casi con sevicia) al preso fugado y la actriz de TV, hasta que esta última apareció
El otro hecho, mucho menos seguido y comentado, fue el lamentable show que unos supuestos fanáticos del Deportivo Táchira protagonizaron al impedir que se realizara un juego de fútbol donde la directiva del equipo había programado una serie de actividades y símbolos de solidaridad junto con una organización de lucha contra el cáncer de seno.
Los incalificables «machotes» se opusieron a que el equipo de casa jugara con una franela rosada, que mundialmente alude a la actividad de solidaridad (como se hace en muchísimos otros eventos deportivos, artísticos y hasta políticos), lo que derivó en una inexplicable suspensión del juego y permitió que la barbarie se saliera con la suya.
Los dos hechos, ocurridos el mismo fin de semana, han movido a la opinión pública entre un moralismo pacato y ramplón, para el caso de la actriz y el pran, hasta cierto mutismo, que le resta gravedad, para la más que penosa suspensión del juego por la causa que apoyaba.
Lo reseñado parece estar mostrando que, dejada a su albedrío, es decir, sin instituciones que regulen sus locuacidades, parece que nuestra sociedad (hombres y mujeres por lo demás) sigue siendo gobernada por unos códigos sexistas según los cuales los hombres no son tales si se dejan asociar con cosas femeninas, y las mujeres no son dignas, a menos que sean madres.
Atraso, vulgaridad, ausencia de humanidad y de respeto nos golpea la cara con demasiada frecuencia. Nos burlamos y hacemos chistes de las mujeres en desgracia, pero no decimos mucho sobre los hombres desgraciados.
La reacción natural, cuando el observador deja la risa o la sorna, para ponerse reflexivo y leído (como decían en los pueblos), suele ser imputarles a los valores (su ausencia, claro está), a la forma de ser (los más deterministas), a la pobreza y la falta de instrucción (los más clasistas) la razón del bochorno y las bajezas que cada cierto tiempo nos muestra en público la comunidad a la que pertenecemos.
No deberíamos ver en las causas individuales el origen de los hechos. Por el contrario, puede que sólo sean la consecuencia. Si los energúmenos del estadio, o los presos de las cárceles pretendieran sus acciones frente a instituciones fuertes, éstas sencillamente no habrían permitido lo que hoy son desmanes que nos avergüenzan. El juego se hubiese realizado, los manifestantes estarían bajo algún sistema correctivo; el preso no se hubiera fugado y la actriz habría trabajado en un lugar algo más adecuado.
Puesto en esa perspectiva, el preso, la actriz y los insensatos del juego de fútbol no son sino el simple efecto de un país que lleva años debilitando sus instituciones.