Las elecciones del 7-O no le dieron al Gobierno ni la fuerza, ni la ventaja, ni la legitimidad robusta que necesitaba para su propósito de profundizar su modelo de dominación
La oposición venezolana ha tenido que aprender con el tiempo cómo se enfrenta a un enemigo que al mismo tiempo de fuerte y popular, es cualquier cosa menos un adversario democrático. De hecho, el modelo de dominación chavecista ha recibido una larga lista de denominaciones descriptivas, en un intento por desnudar su real naturaleza y propósitos, que van desde el término de «autoritarismo electoral» del brillante politólogo venezolano Ángel Álvarez, hasta la etiqueta de «autoritarismo con fachada constitucional» de Mark Lilla, profesor de la Universidad de Chicago.
En ese largo aprendizaje que ya va para 5 lustros, la oposición ha intentado no pocas veces por ensayo y error- varias opciones de enfrentamiento. En alguna oportunidad, sectores minoritarios opositores consideraron inevitable asumir la vía de la insurrección y la rebelión frente al Gobierno, lo que al final condujo, dada la ceguera en comprender el comportamiento colectivo del venezolano y la naturaleza del momento político, a un fortalecimiento y relegitimación del régimen. Se intentó también en otra oportunidad la estrategia de «desobediencia civil», con sus consecuentes recetas de abstención y el proverbial «no participo más con estas condiciones». Al igual que con la opción anterior, esta conducta típica de estéril radicalismo solo condujo a un robustecimiento del chavecismo, al cual se le otorgó vía libre y espacios abiertos para que avanzara sin mayores obstáculos. Ambas opciones, la de la desobediencia abstencionista y la del juego insurreccional, resultaron no solamente desastrosas sino inútiles. El Gobierno siempre ha sido el único beneficiado, y por eso las alienta en la acera opositora cada vez que las necesita.
Desde el año 2006, la oposición decidió apostar por la unidad de sus múltiples componentes, y asumir sin ambages la estrategia de la acumulación gradual y progresiva de fuerza popular como vía para la conquista del poder. Desde entonces, la alternativa democrática no ha hecho otra cosa sino crecer. De los 4.292.000 votos obtenidos en la elección presidencial del 2006, la oposición pasó a obtener 4.521.500 votos en la elección por la Reforma Constitucional de 2007 y 5.198.006 votos en la consulta por la Enmienda de 2009. En las elecciones regionales de 2008, se alcanzaron 5 gobernaciones, además de la Alcaldía Mayor de Caracas, cuando en el 2004 se habían obtenido apenas 2; en las elecciones legislativas de 2010 los votos opositores alcanzaron 5.674.343, y finalmente, en la pasada contienda presidencial del 7 de octubre, la votación opositora registró un formidable aumento del 43% con respecto a las presidencial anterior, sumando más de 6.600.000 sufragios, mientras el chavecismo creció solo 11%. Chávez se redujo de 63% a 55%, y la oposición aumentó de 37% a 45%.
La única forma demostradamente exitosa de frenar al Gobierno y de enfrentarlo ha sido fortaleciendo electoral y organizativamente- al pueblo opositor. El crecimiento en número, en fuerza y en espacios de la oposición, siempre ha resultado en debilitamiento del Gobierno. Las otras opciones, en cambio, lo que han hecho es robustecerlo. Por eso, de cara a las próximas elecciones de diciembre, el objetivo del Ejecutivo es tentar a factores de oposición para que vuelvan sobre esas estrategias demostradamente fracasadas, pero que le han sido tan rentables y tan útiles al oficialismo.
Las elecciones del 7 de octubre no le dieron al Gobierno ni la fuerza, ni la ventaja, ni la legitimidad robusta que necesitaba para su propósito de profundizar su modelo de dominación. Es por ello que necesita con urgencia alimentar la abstención y la desmovilización del pueblo opositor, para poder obtenerlas ahora. Descuidar o peor aún, abandonar- la única estrategia que ha funcionado contra la expansión totalitaria del Ejecutivo, que es la de la acumulación gradual de poder, sería un error histórico de consecuencias inimaginables. Por lo pronto, en el corto plazo, la instauración del Estado Comunal y la invasión en las escuelas de nuestros hijos de los peligrosos «consejos educativos», serán mucho más fáciles sin el muro de contención de muchas gobernaciones en manos del pueblo. Y eso es posible, si la ceguera al final triunfa. Y con ella, también triunfará el gobierno. Que eso ocurra, depende de cada uno de nosotros.
Ángel Oropeza