En retrospectiva, la puesta en escena que montaron los Marlins en el bar del hotel The Carlyle en Manhattan para seducir a José Reyes fue desalmada.
Jeffrey Loria, el vilipendiado dueño de la franquicia de Miami, impresionó al campocorto al sacarse el abrigo y mostrarle la nueva camiseta con el apellido del dominicano. Reyes se tragó por completo la promesa de los Marlins y dijo adiós a los Mets de Nueva York para firmar por 106 millones de dólares y seis años.
La fe de Reyes fue tan ciega que acató las reglas del club al recortarse el pelo. También firmó un contrato sin una cláusula para vetar canjes, con el grueso de los salarios reservados para las últimas temporadas.
Cuesta preservar algo perdurable de lo que hizo Reyes en lo que fue un efímero paso por el sur de la Florida.
Apenas un año después de causar revuelo con sus inversiones en agentes libres, los Marlins desmantelan el equipo —por tercera vez en 15 años— y muchos se preguntan si este ha sido el timo perfecto.
Los Marlins se desprendieron de Reyes, el as derecho Josh Johnson y el zurdo Mark Buehrle en una transacción con los Azulejos de Toronto en la que recibirán a los torpederos cubanos Yunel Escobar y Adeiny Hechaverría dentro de un pelotón de prospectos. Escobar es el mismo que al final de la pasada temporada protagonizó un papelón al ser sorprendido pintándose una frase despectiva a los gays bajo los ojos.
El canje aún no ha sido oficializado por los equipos, que ultiman unos cuantos flecos, mientras se aguarda la aprobación del comisionado de las Grandes Ligas y los jugadores se someten a los reconocimientos médicos. Lo habitual. Pero las reacciones al mismo han sido de profundo rechazo, inclusive en su propio seno.
Giancarlo Stanton, el joven toletero con un salario que no pasa del medio millón de dólares y que ahora queda como lo único pasable para ir a ver a los Marlins, descargó su furia en Twitter al conocer la noticia. Empleando una palabra de fuerte calibre, Stanton afirmó que estaba furioso por el acuerdo: «Así de simple», dijo.
Hace un año, los Marlins eran el equipo devorador de agentes libres. Desembolsaron 191 millones para adquirir a Reyes, Buehrle y el cerrador Heath Bell. Hasta estuvieron en la puja por Albert Pujols, pero el primera base dominicano exhibió sensatez cuando no le dieron la cláusula de veto a canjes y optó por los Angelinos de Los Angeles. Ozzie Guillén llegó procedente de Chicago para tomar las riendas en lo que se mercadeó como una era esplendorosa del béisbol en Miami en su nuevo estadio en la Pequeña Habana. Showtime desembarcó para producir un «reality» sobre el equipo.
Lo que tenía salir mal, pues salió mal, y no se trata necesariamente esa estrafalaria estatua con flamencos colocada en el jardín central para celebrar jonrones en el estadio bajo techo. Los Marlins perdieron en el partido inaugural de la campaña regular, en el que Loria extrañamente se hizo acompañar en el terreno de juego con Muhamad Alí, tal vez para evitar que lo abucheasen.
Reyes comenzó flojo. Bell perdió su condición de cerrador tras malograr muchos rescates. Hanley Ramírez fue más de lo mismo, la sombra de un ex campeón de bateo. Guillén fue suspendido por el equipo tras ocurrírsele elogiar a Fidel Castro en la ciudad del exilio cubano.
Los reveses empezaron a acumularse hasta alcanzar los 93 y terminar últimos en el Este de la Liga Nacional.
Y la depuración comenzó en julio, todavía en plena temporada. Ramírez fue enviado a los Dodgers, mientras que el derecho Aníbal Sánchez y el intermedista Omar Infante pasaron a Detroit. Al finalizar la campaña, Bell fue enviado a Arizona. El venezolano Guillén regresó de unas vacaciones en España para ser despedido. Todo fue un timo que ni siquiera duró el año.
Loria y sus ejecutivos insistían que mudarse al centro de Miami, con un estadio de béisbol como tal, permitiría a los Marlins tener un modelo de negocio para prosperar. Pero el Marlins Park no sirvió de mucho, al promediar 27.400 fanáticos por juego y algo más de 2,2 millones en total. Su estimado era de rebasar los 3 millones. Quedaron 12dos entre los 16 equipos de la Nacional en concurrencia.
Los Marlins quieren retomar su viejo modelo, esencialmente con una de las nóminas de salarios más bajas en las mayores. Gracias a los contratos de televisión y la repartición de ingresos entre los 30 clubes, Loria puede asegurarse una ganancia el próximo año. Así de simple, como dice Stanton.
El problema es cómo harán para contentar a la afición en Miami, ciudad que tuvo que poner casi dos tercios de los fondos para la construcción del estadio. ¿Cuál es el estímulo para que un fanático de los Marlins —muchos se ríen cuando se dice eso— acuda a ver a un club que por tercera vez se deshace de su talento? Los dueños no pueden ahora escudarse con las justificaciones de que no tienen un estadio apropiado.
¿Qué agente libre se puede atrever a firmar con un equipo que puede desarbolarse de semejante forma?
Esto es un negocio. Esa es la frase que todo pelotero aprende en su oficio y obviamente los Marlins encontrarán los 25 jugadores que se necesitan para tener un roster. Algunos dirán que los prospectos que han adquirido rendirán dentro de unos cuantos años, pero es fácil vislumbrar que serán canjeados apenas alcancen el tipo de valor que Loria no tolera. Tal vez, ha llegado el momento de explorar la idea de vender el equipo a otros individuos o mudarlo a otro lugar.