Esta metrópolis de 6 millones de habitantes puede ser una de las ciudades más agobiantes y abrumadoras del mundo por sus niveles de delincuencia callejera, su tráfico y su convulsión social. Los ruidos no se quedan atrás.
En cualquier esquina céntrica, la cacofonía puede ser feroz: Un concierto de bocinas de autobuses atronadoras, agentes de tráfico que soplan sus silbatos tratando de poner orden y sirenas de ambulancias que tratan de abrirse camino por calles congestionadas.
Las bocinas de aire que usan los autobuses son tan potentes que sacuden a los peatones y pueden hacerles retumbar los oídos. Es habitual escuchar temas de salsa que brotan de las ventanas de autobuses y camiones con estruendosos caños de escape y «moto-taxis» que hacen sonar agudas bocinas.
Cada vez más venezolanos dicen que están hartos del ruido y las quejas aumentan constantemente. En el exclusivo barrio de Chacao se colocaron carteles que dicen «un cornetazo no cambiará la luz». «El ruido es terrible, a veces parece que no va a parar nunca», expresó José Santander, quien vende chicharrón y papitas fritas en una autopista.
La procuradora general Luisa Ortega dijo hace poco en conferencia de prensa que las autoridades «están enfatizando la promoción de la coexistencia pacífica» y castigando violaciones a las normas contra los ruidos excesivos y otras infracciones menores. En los últimos años ha habido cientos de episodios relacionados con el ruido.
A algunos infractores se les obliga a realizar servicios comunitarios. Por ejemplo, dos jóvenes músicos que hacían demasiada bulla cerca de una estación del metro fueron sentenciados a dar 120 horas de clases de música en escuelas públicas.
Otros pillados escuchando música en la calle fueron acusados de alterar el orden tras recibirse quejas de los vecinos. Las multas pueden llegar a los 9.000 bolívares, o 2.093 dólares.
Los caraqueños, no obstante, se han acostumbrado a vivir entre el ruido. El bullicio alimenta un sentido generalizado de anarquía que hace que muchos conductores ignoren las luces rojas de los semáforos o bloqueen las intersecciones de calles llenas de hoyos y de basura.
«Esto es algo que hace todo el mundo, nadie debe estar quejándose», declaró Gregorio Hernández, un estudiante universitario de 23 años, de cuyo automóvil brotaban temas de rock en español a alto volumen un reciente sábado de noche en el centro de Caracas. «Solo nos estamos divirtiendo, no le estamos haciendo daño a nadie».
Esta dinámica se da en un país políticamente dividido, en el que se suceden manifestaciones callejeras y los gritos de los manifestantes que piden mejores salarios o beneficios se pueden escuchar a varias cuadras de distancia. Los disparos de armas, frecuentes en los barrios pobres, son confundidos a menudo con fuegos artificiales habituales en las fiestas.
AP