El 16 de diciembre tenemos la posibilidad de darle un poco de oxigeno a nuestra democracia. Sin necesidad de viajar a otro país, los haremos aquí, votando y participando masivamente para elegir a nuestros gobernadores. Lo contrario sería contribuir a enterrar al paciente, siendo cómplices por no haber hecho nada
Nuestra democracia nació robusta y vigorosa hace más de medio siglo. Cosa difícil en una Latinoamérica infestada de dictaduras militares, donde los regímenes democráticos eran la excepción a la regla. Este no fue nuestro único merito, sino que también fuimos capaces de soportar los embates de células malignas que intentaron penetrar el naciente sistema, una amenaza proveniente específicamente desde Cuba y que apoyada por grupos subversivos internos. De esa experiencia nuestro país adquirió anticuerpos para reguardar nuestra preciada democracia. Una barrera defensiva que jamás imaginamos perder a manos de los mismos que años atrás habían amenazado su supervivencia.
En honor a la verdad no nos empezamos a enfermar hace 14 años. Nuestra democracia, antes orgullo de la región, comenzó a padecer grandes males: corrupción, pobreza y un distanciamiento significativo entre la élite gobernante y el pueblo. Muchos alertaron sobre el preocupante cuadro médico al que nos encaminábamos, pero los políticos de la época no escucharon, leyeron el récipe pero hicieron todo lo contrario. Ellos mismos se encargaron de producir una bomba de tiempo que no tardaría en estallar. Y miren que hubo señales antes del momento cumbre, como el cuerpo humano cuando está enfermo, nuestra democracia agonizante avisó, no una, sino varias veces que las cosas debían hacerse distintas. Pero parece que algunos la creían inmortal, creían que a porrazo limpio seguiría su marcha sin detenerse.
La amenaza estaba clara, volver al modelo autoritario y militarista que nos había gobernado desde nuestra propia independencia. Los mismos padres de la democracia decían que no se le podía pedir al pueblo que defendiera la democracia con el estomago vacio, sin entender que el problema no era la democracia en sí, sino la pérdida del sentido social del modelo representativo. La gente de auto medicó, creyó tener la solución en sus manos, añorando los tiempos de la llamada “mano dura”, votó mayoritariamente por quien prometía el tratamiento más fuerte, pero que paradójicamente terminó atacando al paciente y no a la enfermedad.
Llegamos a un panorama donde tras salir de quirófano, creímos que habíamos superado ese pasado de padecimientos. Los nuevos médicos aficionados nos presentaron una opción y la mayoría la apoyó. El nuevo récipe nos decía que todo lo anterior era malo y que debíamos seguir un tratamiento mucho más estricto. Pero nos condujo a un panorama de excesos, donde el deterioro marcha a pasos agigantados, dejando a su paso daños irreversibles.
El 16 de diciembre tenemos la posibilidad de darle un poco de oxigeno a nuestra democracia. Sin necesidad de viajar a otro país, los haremos aquí, votando y participando masivamente para elegir a nuestros gobernadores. Lo contrario sería contribuir a enterrar al paciente, siendo cómplices por no haber hecho nada. Ahora más que nunca el país pide respirar nuevos aires, con gente que tenga soluciones a la crisis y no que siga haciendo lo mismo. Ese debe ser el debate hoy, la enfermedad de la democracia venezolana. Con tu voto le das oxigeno, con tu silencio la condenas a muerte.
Brian Fincheltub
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