“Sí, aquí hay trabajo, pero no de criada. Si vienes a trabajar en esta casa, será de puta”. Con esta frase las hermanas Valenzuela, autoras materiales e intelectuales de al menos 28 homicidios, recibían a las jóvenes muchachas que reclutaban en su burdel
Uno de los casos policíacos que cimbraron a la sociedad mexicana en los años 60 fue el de las hermanas Valenzuela, mejor conocidas como Las Poquianchis. Estas infernales mujeres fueron las autoras materiales e intelectuales de al menos 28 homicidios contra mujeres y jovencitas a las que primero prostituían y posteriormente asesinaban.
Trata de blancas, proxenetismo, secuestro, perversión de menores, tráfico de personas e influencias y homicidio, son algunos de los muchos delitos que cometían Las Poquinachis en el burdel que les servía de centro de operaciones. Ellas tenían bajo su mando un ejército de prostitutas, torturadores, asesinos y reclutadores de niñas, todos motivados por el interés del dinero.
Cuento de horror
Delfina, María de Jesús, Carmen y Eva Valenzuela eran hijas de Isidro Torres y Bernardina Valenzuela. Su padre fue parte de Los Rurales, el cuerpo policíaco utilizado por Porfirio Díaz para atrapar a los asaltantes de caminos. Era común que ejecutara a los delincuentes que apresaba, tal y como marcaban las reglas de la organización, sin embargo, quiso abusar de su rango y mató a un hombre inocente con el que tenía problemas.
Como consecuencia de este hecho, Isidro Torres y su familia tuvieron que huir y comenzar de nuevo sus vidas en el pueblo de El Salto, en el estado de Jalisco. Allí, Torres se convirtió en arriero. Sus hijas tuvieron que prescindir del apellido paterno, por temor a las represalias de los enemigos de su progenitor.
Cuando sus padres murieron y le dejaron una pequeña herencia, Delfina Valenzuela y sus hermanas decidieron instalar una cantina en su pueblo natal, Guanajato. Junto a los tragos, vendía los servicios de jóvenes prostitutas. En esa época, a las hermanas Valenzuela les fue puesto el mote de Las Poquianchis dada la forma voluminosa de sus caderas, incluso, uno de sus primeros prostíbulos fue bautizado con ese nombre.
El negocio de la carne empezó a ser una mina de oro para estas mujeres, por lo que decidieron abrir otras casas de citas en San Francisco del Rincón. Una de ellas fue Guadalajara de Noche, la cual también fue empleada como cementerio clandestino. Otro Guadalajara de Noche fue instalado en Lagos de Moreno, el cual fue clausurado en 1963 a raíz de una balacera en la que falleció Ramón Torres, alías El Tepo, hijo de Delfina.
Según el relato de las mismas hermanas Valenzuela, las técnicas que usaban para instalar un prostíbulo primero consistía en hacer amistad con las autoridades para estar protegidas. En muchas ocasiones, se hicieron amantes y proporcionaron dinero a funcionarios locales para asegurar que su negocio no fuese cerrado.
Ya instaladas en sus cabarets, Las Poquianchis contrataban personas que recorrieran el país para buscar adolescentes entre 13 y 15 años de edad, para que, por medio del engaño y la extorsión, las condujeran a sus negocios, donde una vez que entraban eran mantenidas en cautiverio para prostituirlas.
Las jovencitas reclutadas eran encerradas, dejadas sin comer y golpeadas, para que accedieran a venderse. Algunas de las víctimas narraron que llegaron a las casas de citas desde niñas y pasaron meses o hasta un año encerradas en cuartos para ser convencidas de rentar su cuerpo a los clientes del cabaret.
Una vez convencidas, las jovencitas eran aleccionadas en las artes amatorias, primero les enseñaban cómo vestirse y maquillarse, así como las técnicas para ejercer el oficio más antiguo, pero siempre eran objeto de amenazas, pues no podían hablar con los clientes ni entre ellas para evitar cualquier intento de fuga.
Macabras desapariciones
Cuando alguna de las jóvenes era descubierta desobedeciendo las órdenes, era mandada a golpear a palos por sus compañeras. Cuando algunas de los meretrices se enfermaba o ya estaba muy vieja para poder ejercer la prostitución, las ponían ha realizar los trabajos domésticos más duros, dormían a la intemperie y las dejaban sin comer. En caso de que no murieran de inanición o enfermedad, las golpeaban brutalmente o las apedreaban.
Una vez muertas, Las Poquianchis enterraban a las mujeres en el patio de cualquiera de sus propiedades para no llamar la atención. Para estas macabras acciones, invitaban a las demás prostitutas para así involucrarlas en los ilícitos y mantenerlas comprometidas al hacerlas sentir cómplices de los crímenes. Después de tres o cuatro meses de haber enterrado un cadáver, el cuerpo era exhumado y quemado con gasolina para borrar cualquier rastro.
En 1964 una de las muchachas consiguió escaparse, acudió ante la policía y denunció los hechos. Tuvo suerte: los agentes con los que habló no formaban parte de la nómina de las asesinas. Se ordenó que docenas de policías acudieran al burdel y cuando llegaron encontraron un cuadro lleno de horror: las mujeres estaban desnutridas, llenas de golpes, violadas y quemadas.
Hallaron las celdas de castigo y los cadáveres enterrados. Las hermanas Valenzuela fueron arrestadas y sentenciadas a 40 años de prisión. El caso de Las Poquianchis fue argumento de obras de teatro, películas y libros, sin embargo, la verdadera historia siempre será más cruda y sangrienta que cualquier adaptación.
¿Qué pasó con las cuatro asesinadas?
Después de que Las Poquianchis fuesen encarceladas se supo que…
• Tras algunos años en la cárcel, María de Jesús salió en libertad y desapareció sin dejar rastro.
• Carmen murió de cáncer en la prisión.
• Eva terminó sus días recluida en un manicomio, ante el terror que sentía por ser linchada.
• Delfina falleció en prisión tras recibir un fuerte golpe en la cabeza.
Edda Pujadas
Twitter: @epujadas