Los cristianos de Siria, testigos de cómo su país se desgarra por la violencia desde hace más de 21 meses, se preparan para celebrar la Navidad con la angustia que produce el caos y el ascenso de los islamistas.
Georges, de 38 años y contable en Damasco, asegura no tener «razones para celebrar nada, ya que perdí a familiares» por la violencia, que ha dejado más de 44.000 muertos, según una ONG siria.
Como la mayoría de las personas preguntadas, Georges prefiere permanecer en el anonimato.
Maryam asegura temer un cambio de régimen y el ascenso de «esos terroristas armados» que podrían obligarla a «llevar velo, a no trabajar nunca más y a quedarse en casa», evocando reportajes de la televisión oficial que presenta a los rebeldes como «grupos terroristas armados».
Por su parte, Nadine, después de haberse negado durante mucho tiempo, presentó la solicitud para obtener un visado de Estados Unidos. Cuando los combates se acercaron a su casa, el exilio se impuso para esta ingeniera de unos 40 años, que no ve «ninguna solución para el país», donde solo hablan las armas.
Para Michel, empleado en el sector turístico, «la situación no puede continuar así», pero en todos los escenarios que imagina teme que los cristianos sean los grandes perdedores.
Como muchos, Michel tiene en la memoria el trauma iraquí, donde la comunidad cristiana fue duramente golpeada por el ascenso del islamismo radical después de la invasión estadounidense en 2003.
Según el investigador francés Fabrice Balanche, el 80% de los sirios es sunita, en torno a un 10% es alauita -una rama del chiismo que es la confesión del presidente Bashar Al Asad-, un 5% cristiano, un 3% druso y un 1% ismailí.
Con 1,8 millones de personas, la comunidad cristiana permaneció, en su mayoría, al margen de la revuelta popular que derivó en un conflicto armado. Sus dirigentes y parte de la comunidad se posicionaron a favor del régimen por miedo a los islamistas.
El sábado, el jefe de la Iglesia greco-ortodoxa de Siria, Yuhana Yazigi, patriarca de Antioquía y de todo Oriente, reafirmó que «los cristianos (permanecerán) en Siria», en un momento en que la ONU calificó el conflicto de «abiertamente intercomunitario».
En Qasa, un barrio de mayoría cristiana del centro de la capital, musulmanes y cristianos solían acudir de lejos para hacer sus compras y contemplar la decoración. Este año, sus calles están vacías y no se ha colocado ningún adorno.
Para Basem, la crisis económica y la inflación galopante son las responsables. «No he podido ni siquiera comprar ropa o juguetes a mis hijos», dice. Según los medios gubernamentales, la inflación redujo en un tercio el poder adquisitivo de los sirios y el embargo y las sanciones económicas provocaron un alza de hasta el 65% en los precios al consumo.
Pero más allá de la economía, existe la inseguridad. En Alepo (norte), escenario de combates desde hace cinco meses, «numerosos cristianos rezarán en sus casas antes que en la iglesia», afirma Ibrahim Nasir, a la cabeza de la Iglesia evangélica árabe. «Los cristianos son una parte integrante de la sociedad siria. Si la gente tiene miedo de asistir a la misa de Navidad no es porque tengan miedo de que las iglesias sean alcanzadas, sino debido a la inseguridad», en general, explica.
Para otros, es imposible celebrar nada después de la pérdida de seres queridos. «Prácticamente cada familia, pro o antirégimen, perdió a alguien. Incluso aquellos que eran neutrales se vieron afectados», dice Ran Sabagh, contactada por la AFP a través de internet desde Beirut. Su compañero, el militante y cineasta Bassel Chehade, murió en mayo en Homs (centro).
AFP