El joven de los seis y medio millones de votos liquidó al enviado del paciente oncológico. Una lucha que hizo que la raíz del cambio político lograra salir con la fuerza necesaria para cruzar el umbral de la Venezuela posible
La joya de la corona está a buen resguardo. El gran torbellino rojo no pudo arrasar con el liderazgo de Henrique Capriles Radonski, quien logró triunfar en la influyente gobernación del estado Miranda. Fue una jornada histórica en donde la abulia de millones, hizo posible que el régimen se apoderara de espacios estratégicos en donde se motorizaron buenas experiencias de gobiernos al servicio de todos.
Se perdieron administraciones con interesantes performances en diversos órdenes, aquellos que se levantaron con el estandarte de la dignidad y no claudicaron ante el vil chantaje del gobierno de Hugo Chávez. Esos gobiernos regionales hicieron muchísimo con los recursos restringidos. Miles de obras se exhiben en los estados que gobernó la oposición, lamentablemente el ciudadano no comprendió que un autogol a estas alturas del partido, y con el capitán del equipo totalitario suspendido por tarjeta roja, era una jugada inconveniente.
Los demócratas en un arrebato de frustración, siguieron al pie de la letra la planificación oficialista. Le perdieron la confianza a la institución del voto. Mientras rumiaban su frustración en casa o en algún evento social, su patria se vestía con un largo atuendo carmesí con apenas tres manchones de azul.
Venezuela durmió en los laureles de la comodidad y dejó en manos de la ignominia el futuro que asoma con los pétalos chamuscados por el fuego devorador de los resentidos.
Somos unos convencidos de la importancia de poder elegir, los demócratas no escogemos entre cuerpos humeantes por la tórrida acción de la metralla, tampoco asumimos el papel de engreídos semidioses que siempre terminan siendo odiosos dictadores.
La salida la brinda el voto como expresión imperturbable de la libertad, quien no actúa en consecuencia se corta las venas y muere desangrado. No le alcanzaran los días para arrepentirse de su acción ridícula. Porque con no votar no cambió el curso de los ríos, el régimen que detesta, no se atragantó con un doloroso revés. Al contrario, avanzó en territorios claves para mantenerse en el poder, mientras le colocaban hielito al whisky. Fue una estocada civil al corazón de la democracia. Quien no participa está contribuyendo a que cada día estemos peor.
Hace días en Barinitas, nos pusimos a conversar con unos guajiros que estaban apesadumbrados por la derrota de Pablo Pérez Álvarez. Le preguntamos si habían sufragado y me contestaron que en su casa dejaron de votar siete personas. Estaban arrepentidos de quedarse en su vivienda preparando un cruzado de res y gallina, mientras el estado Zulia quedaba en manos de la venganza.
Desabrido caldo con sabor a retroceso, en donde una gestión que defendió la entidad con gallardía pierde por la incomprensión de muchos que pensaron que su vida tiene el valor de un artefacto sin repuestos.
En medio de la vorágine Henrique Capriles logró salvarse de la furia de sus adversarios. Derrotó a otro vicepresidente cargado de millones de dólares y con un pasado como hábil encapuchado, sempiterno repitiente en las aulas de la UCV; así como el maestro de la molotov que incendiaban los vehículos del Estado.
En Miranda se daba la cruenta batalla de la supervivencia. El joven de los seis y medio millones de votos liquidó al enviado del paciente oncológico. Una lucha que hizo que la raíz del cambio político lograra salir con la fuerza necesaria para cruzar el umbral de la Venezuela posible.
Alexander Cambero