Durante las conquistas, tanto españolas como anglosajonas, los ejércitos entrenaban perros y los llevaban con ellos para hacerle frente a los indígenas de los respectivos lugares
Los perros acompañan al ser humano desde hace muchísimo tiempo. Desgraciadamente éste no ha sabido tenerlos en cuenta como guardianes y compañeros simplemente, además entrenó a muchos de ellos para luchar durante las guerras, ordenándoles que se comportaran de maneras feroces sin tener compasión de sus enemigos. Y, hasta en esto demostraron ser leales estos animalitos.
Durante las conquistas, tanto españolas como anglosajonas, los ejércitos entrenaban perros y los llevaban con ellos para hacerle frente a los indígenas de los respectivos lugares. En el ejército español, uno de los perros más famosos fue Becerrillo. Un alano español que se hizo presente en combate junto a las filas del ejército español durante la conquista de América.
La raza canina alana surgió de la fusión entre las razas dogo y mastín y es un animal muy corpulento, de enormes mandíbulas y una seguridad a la hora de actuar muy característica. Es además sumamente fiel y compañero.
Becerrillo, un fiel soldado
Becerrillo fue adiestrado en la Isla de La Española, de dominio español en aquel entonces. Junto a él fueron llevados otros perros alanos y pasaron un período de entrenamiento con un cuerpo de soldados para que aprendieran a trabajar en equipo.
Su amo era el conquistador Sancho de Aragón, pero siempre se lo relacionó con el Capitán Diego de Salazar, pues fue su compañero en casi todas las campañas.
Según se sabe, por las crónicas escritas en aquel entonces, Becerrillo era un animal muy robusto que tenía unas manchas de color negro que llamaban la atención en su pelaje rojizo; la nariz oscura y los ojos de color ocre. Pero lo que más llamaba la atención era su enorme mandíbula, capaz de arrancar de cuajo la extremidad de un adulto sin mayores dificultades.
Tenía además una gran capacidad para tratar con los enemigos ya que se limitaba a arrastrarlos con suavidad hasta la posición en la que se encontraban los aliados. Además, sabía diferenciar con tremenda facilidad a los indios amigos de los rebeldes y era capaz de arriesgar su vida por cualquiera de sus compañeros.
Según lo expresara Gonzalo Fernández de Oviedo:
«Becerrillo no era lindo pero «de gran entendimiento y denuedo porque entre doscientos indios sacaba uno que fuese huido de los cristianos y le asía por un brazo y le constreñia a venirse con él y lo traía al real y si ponía resistencia lo hacía pedazos. Y a medianoche si se escapaba un preso, aunque fuese a una legua, diciendo “ido es el indio” o “búscalo”, daba en el rastro y lo traía».
Una anécdota de Becerrillo cuenta que cierta vez, el Capitán Diego Alonso de Salazar, quiso hacer divertir a sus compañeros y tomando a una anciana indígena, que había cautivado para la ocasión, le entregó una carta y le dijo que se le llevara urgente al Gobernador. La mujer echó a andar y, cuando se había alejado unos 100 metros, el Capitán soltó a Becerrillo y le indicó que la matara. El perro se lanzó como una fiera tras la presa, pero cuando estaba a punto de avalanzarse sobre ella, esta cayó de rodillas en el suelo y le rogó que no la matara pues «llevaba una carta muy importante para los cristianos»; el animal quedó tieso, y no sólo no la mató sino que incluso comenzó a lamerle la cara y a tratarla de forma amistosa.
Algunos tomaron aquella anécdota como una intervención divina, pero probablemente no fue otra cosa que la sabiduria de la naturaleza. Matar a esa pobre mujer no tenía ningún sentido, y Becerrillo les dio una lección que puso en ridículo a todos esos soldaduchos.
Hijos de Becerrillo
Este gran soldado tuvo muchos hijos, pero el que tuvo más renombre y según se dice más se parecía a su progenitor era Leoncillo, quien acompañó a Vasco Nuñez de Balboa y fue uno de los primeros perros europeos en ver el Océano Pacífico.
Muerte de Becerrillo
Becerrillo murió alcanzado por una flecha envenenada cuando un grupo de indígenas atacaran por sorpresa la propiedad de su amo Sancho de Aragón. En medio de la confusión lograron tomar cautivo a Sancho pero no pudieron escapar por mucho tiempo, velozmente el perro los alcanzó y no les quedó más remedio que huir dejando a su rehén. Al irse alejando, comenzaron a arrojar flechas envenenadas desde sus embarcaciones y una de ellas atravezó al pobre animal, quien murió instantes más tarde.
Durante un tiempo los soldados mantuvieron en secreto su muerte y el sitio donde lo enterraran para poder seguir intimidando a los enemigos con la presencia del valiente Becerrillo.
«Decían los indios que preferían enfrentarse a cientos de soldados que a diez hombres con Becerrillo entre ellos».
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