“La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza en alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la estancia” – Anatole France
Este es en verdad un país difícil, especialmente ahora, que tan poco se sabe en realidad sobre la salud del presidente y tan difusos se han hecho nuestros derroteros. Hasta escribir, sabiendo que tu entrega no será publicada sino unos pocos días después, se ha hecho un ejercicio aventurado, pues nadie sabe qué pasará o dejará de pasar sobre este tema de un momento a otro.
Por eso creo que debemos dejar nuestras diferencias políticas a un lado, y como siempre lo he propuesto, tratar de proyectar nuestros destinos desde lo que nos une, y no desde lo que nos separa.
Sólo pocas personas, al menos mientras escribo estas líneas, saben en realidad si Chávez podrá continuar en funciones o no, y estoy seguro de que la incertidumbre que a todos nos agobia no es exclusiva de los opositores. Podríamos perdernos en severas y muy justificadas críticas sobre la manera en que el alto gobierno ha manejado la información sobre el estado real del presidente, pero no creo que eso nos convoque a la solución del problema que se avecina. Podríamos también caer en debates estériles sobre lo que dice o no dice nuestra Carta Magna al respecto, pero eso tampoco sirve porque la verdad sea dicha, en este tema la Bolivariana es muy clara: Si el presidente queda incapacitado por muerte o por enfermedad para seguir ejerciendo su cargo, deben asumir el puesto según la fecha (antes o después de la toma de posesión del 10 de enero) en la que se declare su falta absoluta, el Presidente de la Asamblea Nacional, o el Vicepresidente Ejecutivo, y en ambos casos deben realizarse elecciones presidenciales dentro de los treinta días siguientes. Por mucho que se le den vueltas al asunto esto es lo que ordena, que no es que lo “sugiere” o lo “propone” nuestra Constitución.
Así los hechos, y vista especialmente la oscuridad con la que se están manejando las cosas, creo que ha llegado el momento de que partamos de la base de que aunque Chávez supere la dura prueba de la operación a la que fue sometido, no quedará en condiciones para seguir mandando. Si hago esta aseveración es porque en primer lugar, no hay médico que no te diga incluso con la poca información de la que se dispone, que el cuadro clínico de Chávez es y seguirá siendo muy grave; y en segundo lugar, porque tampoco es sano ni justo, demandarle a una persona, sea quien sea, que se inmole o que sacrifique su salud sólo para mantener el estado actual de las cosas, o peor, para sostener los privilegios de los que algunos gozan al día de hoy.
La historia como la vida, está hecha de cambios continuos, y creo importante amigos oficialistas, que lo aceptemos. Les toca, así sea por razones de simple humanidad, renovar sus liderazgos y someterse a la voluntad soberana del pueblo; les toca demostrar si la revolución es o no más que una quimera personalista, y si existe en el oficialismo un líder que pueda asumir la responsabilidad de continuar con el proyecto de Chávez desde el gobierno, si es que así lo decide la ciudadanía, o desde la oposición si es que ese es el papel que les tocará jugar en los próximos lustros. Lo que no creo es que persona alguna, ni de un bando ni del otro, perciba como sensato lanzarnos a los despeñaderos de la irresolución negando de plano como algunos lo pretenden, la existencia del problema. Ustedes los chavistas, son una fuerza política importantísima, y me cuesta mucho creer que no hallen ni encuentren espacio en una Venezuela en la que Chávez, estando vivo o no, ya no sea el actor principal.
¿Qué la falta de Chávez significaría el fin de su revolución? Por mi parte no lo creo. Es cierto que algunos sectores de la oposición están ganados a esa idea, y motivos no les faltan dados incluso por el propio oficialismo (que no ve sino a través de los ojos de Chávez), pero pienso que creer que la revolución se acaba si Chávez no está, es desconocer la verdadera fuerza y el peso del mensaje, fundamentalmente emocional, que el presidente ha venido transmitiendo durante ya más de catorce años a millones de personas que le siguen y le admiran; pero eso es una cosa y otra muy diferente es no darse cuenta de que de la misma manera en la que los que no somos chavistas tuvimos que aceptar que el país ya no sería el mismo cuando Chávez ganó la presidencia, a todos nos toca aceptar ahora que Venezuela ha vuelto a cambiar, y que es el momento de afrontarlo con serenidad, y sobre todo apegados a la verdad, y a lo que dice nuestra Constitución.
Por cierto, cuando digo que Venezuela ya cambió, no digo que Chávez ya haya fallecido, pero sí les invito a recordar que hace más o menos un mes, el mismo presidente, en cadena nacional, se vio forzado a aceptar que existía la posibilidad cierta de que no pudiese seguir al mando de nuestra nación. Eso antes, y si su enfermedad no fuese tan grave como lo es, jamás hubiera pasado, así que no podemos ni los unos ni los otros, seguir jugando a que “nada pasa”, o a que ocurrirá algún “milagro” inesperado. El destino de todos los venezolanos merece mucho más que eso.
Así que los invito a todos, pero especialmente a quienes creen en Hugo Chávez y en su proyecto, a dejar las elucubraciones y a dejar de pensar que el destino de toda una nación depende del destino de una sola persona. Los hombres pasan, pero los ideales si son en verdad sólidos, permanecen. Llamemos a nuestra mesa a la verdad, y desde allí retomemos un diálogo nacional que desde hace mucho tiempo está pendiente, y que tiene por objetivo principal lograr la reconciliación entre nosotros, que al final somos hermanos.
Todos queremos una Venezuela en la que la incertidumbre y el miedo no sean la regla, todos queremos saber la verdad, y sobre todo a qué debemos atenernos de ahora en adelante. Todos queremos ser parte del futuro y aportar nuestros esfuerzos a la causa común de la Patria, y en eso todos tenemos el mismo peso y el mismo valor. Partamos de esa base. Asumamos el futuro con serenidad, tolerancia y sabiduría, sin dejar que nuestros miedos nos paralicen en la oscuridad de la ignorancia. Lo demás, sobre todo pensar que si alguien no está, el sol no volverá a salir, es absurdo, peligroso, y no le conviene a nadie.
Gonzalo Himiob Santomé / @HimiobSantome