Sin un embajador en Caracas desde hace dos años, Estados Unidos intenta cautelosamente conocer hacia dónde se dirige el régimen venezolano ante la ausencia de su líder Hugo Chávez, internado en Cuba, sin abandonar al mismo tiempo en la estacada a la oposición.
«Es una difícil situación, el hecho de que tienen que lidiar con un presidente electo, intentando averiguar qué es lo que está pasando, sin dejar de cumplir con sus propios principios» políticos, estima Vanessa Neumann, investigadora venezolana en el Instituto de Investigaciones sobre Política Exterior en Washington.
Tras semanas de filtraciones en medios diplomáticos e internet, el Departamento de Estado reconoció la semana pasada que ha mantenido contactos directos con el régimen chavista.
El propio vicepresidente Nicolás Maduro, en quien el mandatario delegó el mando antes de su partida a Cuba y una de las principales figuras del chavismo durante su ausencia, señaló que conversó al teléfono con la responsable diplomática estadounidense para América Latina, Roberta Jacobson.
La portavoz del Departamento de Estado, Victoria Nuland, ha enfatizado sin embargo que los contactos son con todo el arco político venezolano.
Uno de los principales autores de las filtraciones en Washington, el exdiplomático Roger Noriega, advierte que «si Washington y Caracas fueran a restablecer embajadores en este momento crucial, eso podría aplastar las esperanzas de la oposición democrática», según un artículo publicado en el sitio Foreign Policy.
Otros observadores creen que el acercamiento podría ser simplemente para medidas menos aparatosas, como el regreso abierto a la cooperación con la Administración Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés).
Venezuela es considerada la principal plataforma de movimiento de la cocaína procedente de Colombia rumbo a Africa y Europa según informes oficiales estadounidenses, además del usual pasillo de la droga rumbo a Centroamérica y México.
Tras años de abierta hostilidad, Venezuela y Colombia firmaron un acuerdo de cooperación tras la llegada al poder en Bogotá del presidente Juan Manuel Santos, con importaciones anuncios de detenciones y deportaciones.
Indirectamente, algunas de esas espectaculares operaciones beneficiaron a Estados Unidos. En noviembre, cuando según algunas fuentes se abrieron esos contactos confidenciales entre Caracas y Washington, las autoridades venezolanas anunciaron la detención del capo colombiano Maximiliano Bonilla Orozco, alias «Valenciano», y su disposición a extraditarlo a Estados Unidos.
Colombia podría ejercer de puente entre ambos países, pero las diferencias ideológicas y políticas entre Washington y Caracas no dejan de ser profundas, resaltan los observadores.
Los dos ‘hombres fuertes’ del régimen en ausencia de Chávez, Maduro y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, han demostrado por diferentes caminos su desconfianza con Washington.
El Congreso estadounidense, parcialmente en manos de los republicanos, mantiene además una estrecha vigilancia sobre esos movimientos diplomáticos.
«Desde un punto de vista geopolítico, los gobiernos de la región, incluido Estados Unidos, no deben sacar conclusiones apresuradas (de la crisis venezolana) porque como ha sido repetido en numerosas ocasiones, la Revolución Bolivariana es el fenómeno más importante en la región», asegura el editor del boletín electrónico El Informe sobre las Américas, Luis Fleischman.
AFP