El continuo desacato a la Constitución comienza a generar la respuesta que tal vez debió producirse antes. La reacción es un buen síntoma de que las cosas están por cambiar, y la calle es un termómetro que mide el cambio a partir de la reacción popular
Este ya iniciado año nuevo es, sin hipérbole, el más trascendente en la última década y media. Es año de cambio, puedo asegurarlo en el entendido de que no me equivoco, como tampoco me equivoco al afirmar que este 2013 es tiempo de defensa del Estado de Derecho para la vigencia plena de la Constitución. Debemos jugarnos completo por el rescate de la legalidad, la democracia y la libertad absoluta para el ejercicio de nuestros derechos ciudadanos. Para el momento en que escribo estas reflexiones, el Presidente Chávez tiene más de un mes sin aparecer, sin que ni siquiera se le vea en fotografía reciente y sin que se escuche su voz, al punto de que hemos oído decir que es probable que el Presidente haya muerto y tengan congelada la noticia. La imprecisión de los partes “médicos” -que son de muy baja credibilidad y muy poca utilidad- tienen la peculiaridad de ser partes médicos que no son dados por profesionales de la medicina, sino por ministros y voceros políticos del gobierno. El hermetismo no es nada distinto a la falta de transparencia con la que se maneja el régimen, para el cual todo es secreto, nada se conoce sino hasta los extremos que le conviene al “proceso”. Si algo caracterizó los catorce funestos años que ahora concluyen, es el culto a la figura de Chávez y su forma autocrática de gobernar, que no ha permitido el desarrollo de liderazgos dentro de su equipo, como si el Teniente Coronel tuviera miedo a que le compitieran. Sus seguidores hoy tragan grueso ante el empeño testamentario del enfermo en designar sucesor a Nicolás Maduro, según se dice por influencia o decisión de los hermanos Castro de Cuba. El último mes que completa los catorce años perdidos, en nada nos hemos beneficiado como pueblo, ni siquiera es más de lo mismo, sino peor de lo mismo. Nada se ha arreglado, nada ha progresado, nada ha cambiado, ni en sus manos se vislumbra algo mejor. Dentro de la violación a la constitucionalidad y a la transparencia, no puedo dejar de decir que al Tesoro Nacional le ha costado un ojo de la cara la enfermedad de Chávez. En primer lugar, la atención a su salud durante más de un año en Cuba, con sus viajes de ida y vuelta, con sus operaciones y largas estadas en la isla de la intolerancia y brutal violación de los derechos fundamentales del ciudadano. Los gastos indebidos y fraudulentos no paran ahí. ¿Por qué los ministros, diputados y todos los altos y algunos no tan altos funcionarios del régimen no muestran las facturas de las compras personales de sus pasajes a La Habana, o los pagos con su propio dinero de hoteles y comida en la isla? Porque no existen. ¿Por qué la familia Chávez no hace público quién paga las millonarias cuentas de su permanencia en La Habana? Porque tendrían que decir que lo chupan del erario público. El Presidente no tiene derecho alguno de cargar al presupuesto de los venezolanos las millonarias sumas que nos cuesta su enfermedad y el abuso de sus aduladores. Durante catorce años -de manera cada vez más acentuada y desde hace ya algún tiempo de forma absoluta- el Estado está al servicio de Chávez y su proyecto. Cabello y Maduro acaban de declarar en conjunto “Chávez es nuestro padre”; está bien, ese es su problema, atiéndanlo filialmente pero con sus propios recursos, como cualquier hijo atiende a su padre, y no a partir del presupuesto nacional, mientras los enfermos de cáncer en Venezuela claman justicia ante el irritante privilegio que de manera desmedida se otorga al Presidente. Este año está sometida a prueba la democracia venezolana y el Estado de Derecho. El continuo desacato a la Constitución comienza a generar la respuesta que tal vez debió producirse antes. La reacción es un buen síntoma de que las cosas están por cambiar, y la calle es un termómetro que mide el cambio a partir de la reacción popular.
Paciano Padrón