El peor atentado a las instituciones es llenarlas de incondicionales, de individuos cuya credencial es la fidelidad por encima de la hoja de vida y que, para colmo, pertenecen en su mayoría –o en su totalidad- a la misma tolda política.
Suena como un trabalenguas, pero es una palabra que existe. Y que es especialmente necesaria en estos momentos en Venezuela. Al hablar de “reinstitucionalización” nos referimos a la urgente necesidad de robustecer nuestras instituciones, en contraposición a estos 14 años, en los cuales hemos visto incrementarse exponencialmente los peligrosos fenómenos del personalismo y el presidencialismo, cuyos vidrios rotos recogemos hoy.
Una muestra: la instalación del nuevo año de sesiones de la Asamblea Nacional. Las dos principales fuerzas políticas del país están representadas en esa instancia de manera proporcional y equilibrada. Y valga recordar, como se dijo tras las elecciones parlamentarias de 2010, que 52 es más que 48, con lo cual subrayábamos que la alternativa democrática había obtenido más votos que el oficialismo, a pesar del ventajismo desbordado de la tolda roja; y que mediante obvias manipulaciones, se logró que unos votos valieran más que otros para torcer la realidad de manera conveniente al poder.
Sin embargo, y a pesar de esta maniobra, se mantiene una nutrida representación de la Unidad en el Capitolio, por lo cual debería haberle correspondido la primera vicepresidencia en la nueva directiva, según los usos de las naciones democráticas. Pero no fue así. Los partidarios de la autodenominada revolución no pueden molestarse cuando se les califica de totalitarios si proceden avasallando a la mitad del país y descalificando la convivencia con representantes legítimos de un sector de la ciudadanía.
No conformes con ello, se montan una vez más las tristemente célebres “barras” que intentan ofrecer ante la opinión pública una imagen de“popularidad”, la cual pretenden traducir en patente de corso para violentar la más elemental lógica jurídica en nombre del “pueblo”.
Dichas barras, entrenadas e instruidas para la ocasión insultan y agreden físicamente a funcionarios electos por el voto popular, ofreciendo un degradante espectáculo que va contra la majestad de una institución sobre la cual descansa el equilibrio y la gobernabilidad de un país.
Y volviendo a nuestra palabra clave, la institucionalidad de un país descansa sobre la pluralidad de los individuos que integran las instituciones. Sobre sus credenciales, solvencia y formación. El peor atentado a las instituciones es llenarlas de incondicionales, de individuos cuya credencial es la fidelidad por encima de la hoja de vida y que, para colmo, pertenecen en su mayoría –o en su totalidad- a la misma tolda política.
La grave crisis que hoy enfrentamos ante la salud del Presidente de la República, demuestra cuán nocivo ha sido desmantelar a las instituciones. Pero también se presenta como un llamado para comenzar a meterles el hombro desde ya. ¿Hay voluntad para ello?
Noel Álvarez