El imponente edificio, inaugurado en julio del año pasado en Londres, requirió de una inversión de 548 millones de euros
Comparada con sus hermanas mayores de Japón, China o Dubai, «The Shard» es casi una enana. Con sus 310 metros de altura, el nuevo rascacielos londinense se convirtió en la torre más alta de Europa, aunque su trono le durará poco: en Moscú pronto acabarán las obras de la Mercury City Tower, que tendrá 332 metros.
El edificio más alto del mundo, el «Burj Khalifa» de Dubai, mide 828 metros, pero para la ciudad a orillas del Támesis «The Shard» es mucho más que un rascacielos: «Es un extraordinario símbolo de la determinación de Londres de superar la recesión y emprender la senda del crecimiento económico», dijo el alcalde Boris Johnson.
«The Shard» fue diseñado en 2009 por el arquitecto italiano Renzo Piano, tiene forma de pirámide y toma su nombre de la cúpula, que parece una astilla. Ya desde un principio, el proyecto fue objeto de polémica: en medio de la crisis económica y financiera, parece osado construir una gigantesca torre de cristal justo frente al parqué de la City.
«‘The Shard’ es claramente un monumento a la riqueza y el poder ahora fuera de control», escribe Jonathan Jones en el diario «The Guardian». «Grita con deslumbrante arrogancia que el dinero es quien gobierna». El edificio, exquisitamente equipado, albergará viviendas de lujo, un hotel y oficinas. Y los tiburones financieros que residan en sus 72 plantas habitables podrán contemplar desde lo alto la pobreza de la ciudad, añade el rotativo.
«‘The Shard’ quizá incluso nos haga el favor de visibilizar lo que de otra forma ocultaría el arte», escribe Jones. Tampoco gustó que, nuevamente, el emirato de Qatar fuera el principal inversor del proyecto. Los jeques del país árabe están detrás de numerosas construcciones, desde los almacenes Harrods a exposiciones en la Tate Modern, mientras Londres sigue empantanada en la crisis.
Y tampoco quisieron perderse la inauguración del rascacielos, a falta de apenas tres semanas para que comenzaran los Juegos Olímpicos. En total, sumando el desarrollo del barrio en torno a «The Shard», el proyecto ascendió a 1.800 millones de euros (2.250 millones de dólares). Cuando en 2009, debido a la crisis crediticia, otros inversores cerraron sus puertas, Qatar aportó su respaldo, subrayaron los representantes del emirato.
«Para nosotros, ‘The Shard’ y todo lo que representa es un símbolo de las inversiones de Qatar aquí en Londres”. Un simbolismo que no se vio ensombrecido por el hecho de sólo estuviera allí el príncipe Andrés, hijo de la reina Isabel II y antiguo embajador comercial del gobierno. Un puesto que tuvo que abandonar debido a las críticas de que se rodeaba de ricos políticamente cuestionables o incluso delincuentes y que había vivido por encima de sus posibilidades.
Con todo, el alcalde Johnson tiene grandes esperanzas puestas en «La astilla». «Esta deslumbrante incorporación al skyline de Londres será un gigantesco imán comercial, que atraerá de forma masiva a empresas y ofrecerá posibilidades de trabajo a miles de personas», afirmó. El primer ministro de Qatar, Sheij Hamad bin Yasim al Thani, declaró que el proyecto es un símbolo de «la sólida y consistente relación» entre Qatar y Reino Unido. Finalmente, por supuesto, también es cuestión de gusto.
Al estadounidense Bradley Garret le gustó tanto el rascacielos que el año pasado lo escaló en secreto. «Tenía que subir», dijo entonces. «The Shard» es alabado especialmente por su resplandeciente fachada de cristal, que pese a la fuerza del edificio desprende cierta ligereza. Una obra maestra del diseño, afirman muchos.
Sin embargo, hay quienes sostienen que no encaja para nada con la imagen de la ciudad debido a su situación junto al London Bridge, rodeado de históricos edificios bajos. Para el príncipe Carlos de Gales, cuyo desprecio por la arquitectura moderna es conocido, «The Sherbe» es como un mosquito zumbón. Ya lo dejó claro: «Parece un salero gigantesco”.