Detecta estudio en EE. UU.
NUEVA YORK. La cantidad de hígados de donante que se desperdician en Estados Unidos creció desde el 2004, en parte debido al envejecimiento y la obesidad de la población, según revela un estudio que muestra también los cambios de la práctica médica que reducirían la viabilidad de algunos donantes.
«Para abordar este tema, en primer lugar hay que saber que en Estados Unidos bajó el número de transplantes hepáticos», dijo el autor principal, doctor Eric Orman, de la University of North Carolina, en Chapel Hill.
Con su equipo, el experto utilizó una base de datos nacional de órganos donados desde 1987 para determinar cuántos hígados se habían descartado de donantes de por lo menos un órgano y por qué.
El equipo halló que la proporción de esos hígados sin utilizar cayó significativamente del 66 por ciento en 1988 al 15 por ciento en el 2004. Pero volvió a aumentar en el 2010 al 21 por ciento.
Entre 1988 y el 2010, unas 107.000 personas donaron el hígado; casi 42.000 después del 2004 (unos 33.900 hígados se trasplantaron y 7.600 se descartaron).
Cuando el equipo, que publica los resultados en la revista Liver Transplantation, revisó las diferencias entre los órganos utilizados y los descartados, identificó algunas asociaciones posibles. Los hígados de pacientes añosos, obesos y más enfermos fueron los que más se descartaron entre el 2004 y el 2010.
«Eso no fue demasiado sorprendente porque muchos de los donantes eran propensos a tener hígado graso. Esos órganos no se utilizan porque pueden provocar complicaciones después de un trasplante», explicó Orman.
Y la proporción de donantes añosos y obesos creció durante el período estudiado: entre 1988 y el 2010, la edad promedio de los donantes aumentó 10 años, mientras que la proporción de donantes mayores de 50 pasó del 16 al 38 por ciento, la de obesos subió del 15 por ciento en 1995 al 30 por ciento en el 2010 y la de diabéticos e hipertensos lo hizo del 3 por ciento en 1995 a casi el 23 por ciento en el 2010.
Los resultados sugieren que el envejecimiento poblacional y el aumento de la obesidad habrían producido una disminución de la calidad de los hígados obtenidos y, finalmente, un aumento del porcentaje de órganos sin usar.
Y la cantidad de hígados donados después de las llamadas muertes cardíacas creció durante el período estudiado. Esos órganos tendieron a ser los menos utilizados.
En las donaciones tradicionales después de la muerte cerebral, el corazón sigue bombeando sangre a los órganos porque el cuerpo sigue conectado a máquinas de soporte vital. En las donaciones después de la muerte cardíaca, esas máquinas se desconectaron.
Los hígados obtenidos tras la muerte cardíaca a veces están asociados con complicaciones después del trasplante, por eso no sorprende que esos órganos fueran los que más se descartaron (en el 2010 fueron un cuarto de todos los hígados sin utilizar, comparado con el 1 por ciento en 1995).
«El problema es que los donantes habituales (por muerte cerebral) disminuyeron en los últimos años, mientras que la cantidad de donantes (por muerte cardíaca) está aumentando», precisó Orman.
El autor señaló que una limitación del estudio es que el equipo no pudo saber con certeza por qué se descartaron ciertos órganos. «No pudimos conocer las causas reales, pero sí las asociaciones», indicó.
El doctor David Reich, profesor y jefe de transplantes de la Drexel University y el Hospital Hahnemann de Filadelfia, coincidió en que los donantes son mayores, están más enfermos y son más obesos, aunque opinó que no cree que las muertes cardíacas estén «canibalizando» la disponibilidad de hígados de pacientes con muerte cerebral.
En cambio, las muertes cerebrales están cayendo por el avance de la neurología. «Eso es positivo para los pacientes, pero nos costará algunos donantes», sostuvo Reich.
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