LAS VEGAS. Cuando Tanya Angus era adolescente en Las Vegas ya se contoneaba por las pasarelas de modas. Medía 1,82 metros (cinco pies y ocho pulgadas).
Al momento de su muerte el lunes, Angus tenía 34 años, medía 2,18 metros (siete pies y dos pulgadas) y pesaba 181,4 kilogramos (400 libras).
Angus fue víctima de una enfermedad rara llamada acromegalia, por la cual no paraba de crecer. Cuando afecta a los niños, el trastorno se conoce como gigantismo.
«‘Mami, no sé por qué tengo esto»’, decía Angus, según su madre, Karen Strutynski. «‘Sin embargo, creo que Dios decidió que yo podía manejarlo», decía Angus, agregó su madre.
Afrontar el problema fue lo que ella hizo: Salió en especiales de televisión y en las noticias, y conversaba sobre ese trastorno que le deformó la cara y le causaba dolores crónicos cada vez más fuertes.
El estado de Angus se debía a que liberaba demasiada hormona del crecimiento por un tumor no canceroso en su glándula pituitaria.
El desorden le afectó en todos los aspectos de la vida. No podía ponerse las camisas más grandes porque no le quedaban del cuello. Necesitó zapatos de manufactura especial y los joyeros le debían hacer anillos de una talla especial: la 20.
«No hay nada de línea para gigantes», explicó su madre.
Algunas personas criticaban a Angus porque creían que usaba silla de ruedas por su falta de disciplina para mantenerse baja de peso, dijo Strutynski.
Lo que no sabían es que Angus sólo comía una vez al día y que los medicamentos que recibió le hincharon la cara, dijo la madre.
«La gente era muy cruel, pero luego ella salió en los medios de comunicación», afirmó Strutynski.
Después de sus presentaciones en la televisión, Angus se convirtió en defensora de las personas con su enfermedad y abogaba para que se les facilitara asistencia en unos 60 países.