Alguna vez alguien que ocupaba la cartera ministerial de Planificación señaló algo así como que, si pensabas bien, las cosas irían bien. Lo tomaron a chacota. El chalequeo del que fue objeto fue memorable. Ahora, ¿De qué había hablado aquel Ministro? Del papel relevante que juegan las expectativas en la economía de un país. Decía, con otras palabras, lo que todos los voceros económicos del mundo empresarial indicaban al centrar sus reclamos en el tema de las señales que las políticas decididas podían tener. Por supuesto, un decisor de políticas públicas verá encanecer sus cabellos y entumecer sus huesos y la bendita confianza de la que siempre reclaman los mercados, no aparecerá. La confianza, por lo visto, no solo es un bien escaso sino muy difícil de alcanzar, mucho más en nuestro país donde se ha hecho constante aquello de si no lloras no…
Las expectativas, entonces, son un componente determinante en el funcionamiento de una economía. Tanto que su estudio ha llevado a desarrollar el concepto de las profecías auto cumplidas, quizás no tan eficientes a la hora de resaltar lo positivo, pero tremendamente aplastantes en cuanto a instalar expectativas negativas. Más de un banco o empresa se ha derrumbado a partir que sobre ellas se han desarrollado expectativas negativas respecto a su futuro inmediato.
Y un hacedor de políticas públicas hace bien al tomarlas en cuenta, pues ellas producen efectos concretos en la sociedad, al punto, que si no se les atienden pueden llevarse por delante resultados económicos buenos.
En nuestro caso, el año 2012 cerró con un crecimiento del 5,5 %. Cifra importante, mucho más cuando se da en un entorno mundial atravesado por una crisis de consideración. Sin embargo, ese crecimiento ha tenido muy poco peso en la formación de las expectativas que sobre el presente del país, y su futuro inmediato, se ha formado una parte de la sociedad, precisamente la que tiene más influencia desde el punto de vista de la formación de opinión.
Por supuesto, las expectativas negativas tienen varias fuentes que son importantes determinar. En nuestro caso la primera de ellas es la política. La alta polarización en las confrontaciones ha generado una realidad de esas que llaman suma cero. Es decir, una donde no hay ganadores y si los hay, cada victoria provoca efectos de corto plazo, para inmediatamente ser sustituida por la confrontación ciega.
Es un escenario difícil el que tenemos conformado por dos fuerzas que no ven otra posibilidad que liquidarse. Los opositores son democráticamente derrotados, pero una vez secas las lágrimas del primer momento regresan en sus arremetidas, alejándose cada vez más del juego democrático, al desarrollarse entre ellos opciones liquidadoras.
En esa situación difícilmente algún gobierno pueda pensar con seriedad en tender puentes o establecer un diálogo constructivo. No lo hace, pues siente con razón que el adversario no es adversario, sino enemigo ya que solo persigue liquidarlo. Es el problema que genera la tesis de que el país va rumbo al comunismo, lo cual coloca el asunto de la lucha política en términos de otra dimensión: vencer o morir.
Esta situación está pasando una fuerte factura a la sociedad venezolana; a toda la sociedad, sin distingo de colores políticos, pero mucho más a quienes conforman su parte más débil, la cual, pese a los esfuerzos que se puedan hacer desde el gobierno para asistirla, queda expuesta en los momentos de crisis.
De hecho está ocurriendo. La economía de mercado que por decenas de años ha ido desarrollándose en nuestra realidad, conserva capacidades que ni aun un Estado petrolero puede diluir. Es así en las pequeñas, medianas y grandes cosas. Tanto, que pensar que los controles pueden tener una eficacia duradera se estrella permanente contra la realidad. Es como si necesitaríamos poner un policía a vigilar a cada agente económico y de paso, que el funcionario se mantenga incólume. Claro, las debilidades humanas son otra variable que debe ser considerada.
Conclusión. Hay que atender el asunto de la economía, de lo contrario se corre el riesgo que la situación que su malestar genera se convierta en una bomba que nos estalle en las manos.
Iván Gutiérrez.