Instituciones que no reprueban a los estudiantes que no alcanzan los conocimientos necesarios para su promoción, pues, al tratarse de personas humildes, no tuvieron las condiciones para aprender y formarse, por lo que deben ser “compensadas” con una prosecución automática
Siempre leo con atención a quienes hacen sus consideraciones sobre las universidades creadas por el actual gobierno. Me disculpan los autores de estos escritos, que plantean con seriedad si la actividad fundamental de la universidad es la profundización de la municipalización o si debe soportar las misiones, para rescatar el “árbol de las tres raíces” y la formación bolivariana, o debe empeñarse en la profundización técnico científica y en ser eficiente en los procesos que cumple la universidad.
Sin descalificar estas interrogantes, creo que el problema o reto inicial de cualquier universidad es ser realmente eso: una universidad. Lo primero es lo primero y después vendrán todas las otras consideraciones. Una universidad no puede estar al servicio del país, si no es realmente una universidad. Se trata por lo tanto de tener universidades, para que éstas puedan estar al servicio del pueblo y su bienestar, de la gente y su liberación, de la patria y su independencia y del conocimiento universal.
Ésta ha sido la limitante de todos los centros universitarios creados por este gobierno y por los gobiernos adeco copeyanos, con las llamadas universidades experimentales del pasado; en su gran mayoría no alcanzan a ser verdaderas universidades. Sólo tienen el nombre, pues califican sólo para ser unos liceos grandes, con clases de calidad dudosa, docentes sin grado de doctor y muchas veces ni siquiera estudios de postgrado. Centros que prefieren los saberes populares y ancestrales al conocimiento científico. Sus principales víctimas son sus propias comunidades.
Instituciones que no reprueban a los estudiantes que no alcanzan los conocimientos necesarios para su promoción, pues, al tratarse de personas humildes, no tuvieron las condiciones para aprender y formarse, por lo que deben ser “compensadas” con una prosecución automática. Políticas negligentes y suicidas para cualquier país, que aspiran pagar la exclusión social con prebendas académicas y títulos universitarios.
Universidades, además, que no cultivan la dedicación al estudio, donde se premia el facilismo, donde lo importante son las actividades proselitistas partidistas de sus comunidades, sin el número requerido de docentes, sin investigadores formados, sin producción de conocimientos científicos ni humanísticos, sin publicaciones en revistas indizadas internacionalmente, sin planta física idónea, sin laboratorios, con presupuestos miserables. No son reales universidades, sino engaños demagógicos.
Para ser universidad, la institución debe dictar docencia calificada de pre y postgrado, formando profesionales e investigadores de elevado nivel; investigación científica original de calidad, que produzca conocimientos científicos que aumenten el acervo cultural humano y ayuden a resolver los problemas sociales existentes, y extensión académica (servicios, estudios sociales, asistencia comunitaria, asesoramiento, concurso en la generación de bienes y servicios). Éste es el reto de sus comunidades. Asúmanlo.
Luis Fuenmayor Toro