Las acciones de los patoteros no son más que el reflejo de un profundo miedo, inseguridad y falta de control de las situaciones
Por fin hemos encontrado una definición para la corriente política que nos gobierna: Patoteros del siglo XXI. Lo primero que hay comenzar diciendo es que el patotero no es más que un cobarde que desdibuja su rostro detrás de la protección que le da el grupo. Esa posición lo convierte en un retador de oficio, capaz de agredir y provocar convencido que su pandilla saldrá en su defensa. Estando solo difícilmente se atreve a actuar, lo más seguro es que le tiemblen las piernas frente a la amenaza de medirse de igual a igual, su “valentía” es circunstancial, como lo es su poder y capacidad de hacer daño. No son capaces de medir las consecuencias de sus acciones, hacen y deshacen porque se sienten guapos y apoyados. Porque creen que la impunidad los ampara siempre, que nadie se atreverá a tocarlos nunca.
Las acciones de los patoteros no son más que el reflejo de un profundo miedo, inseguridad y falta de control de las situaciones. Necesitan esconderse en el tumulto para tirar la piedra y esconder la mano. Es como sucede con los linchamientos, donde una turba delinque y no hay culpables, pues es difícil establecer responsabilidades individuales, mucho más cuando los encargados de determinarlas también son miembros de la turba. Aunque los patoteros casi siempre representan una mayoría numérica, por una extraña razón no dejan de sentirse en desventaja y eso los lleva a ser mucho más violentos, a desesperarse, a perder la brújula.
La variante política del patoterismo la tenemos en Venezuela, donde con la actitud de ciertos dirigentes del oficialismo se confirma que estamos siendo gobernados por cuatro o cinco que desde el poder cayapean a los que consideran minoría. Con la soberbia que los caracteriza se burlan de todo un pueblo que espera un gobierno amplio, de inclusión, donde todos tengan derecho a expresar sus acuerdos y desacuerdos sin que eso implique un riesgo a la integridad personal. Uno los ve en lo alto con aquella arrogancia y piensa ¿Será que creen que siempre será así? La política es como la ruleta de la fortuna: a veces se está arriba y a veces se está abajo. Dependiendo como uno asuma cada posición los cambios no serán tan radicales, lo cierto es que mientras se sube más rápido se cae más fuerte.
El modelo de liderazgo que dirige el país quedó desnudo una vez más esta semana, el patoterismo del siglo XXI tuvo su máxima expresión en la sesión del martes de la Asamblea Nacional, donde a pesar de contar con guardaespaldas y barras a su favor, un diputado del PSUV en posición valentonada golpeó por la espalda a Julio Borges, quien solo había exigido explicaciones al vicepresidente Maduro sobre la salud presidencial. No conforme con eso, el diputado Pedro Carreño justificó el hecho diciendo que “nadie podía faltarle el respeto al vicepresidente susurrándole al oído”. Un absurdo más de quien una vez dijo que a través de la televisión satelital se podía expiar a los venezolanos.
El hecho cierto es que esa es la clase política que tenemos, capaces de invitar a opositores a “darse unas manos” sin guardar apariencias. Esa es la imagen que les queda a quienes usan la violencia en nuestros barrios, a nuestros niños, ese es el modelaje que se inserta en nuestra sociedad, donde muchos se comenzarán a preguntar: Si ellos resuelven los problemas así ¿Por qué nosotros no? Es por eso que tenemos un país donde reina el desorden y manda el más fuerte, un país a manos de una gente que nunca entendió que gobernar no es acto de venganza, es por naturaleza tener capacidad para escuchar, aunque no todo lo que llegue a nuestros oídos sean aplausos y alabanzas. Venezuela tiene un camino de oportunidades por delante, ojalá podamos contar pronto con dirigentes que en lugar de promover la violencia, promuevan la paz y la tranquilidad, garantizando justicia, respeto y dignidad para cada venezolano. No queremos guapetones en el gobierno, queremos gobernantes que nos solucionen.
Brian Fincheltub
@Brianfincheltub