Los últimos en llegar a la piñata petrolera, la llamada boliburguesía o derecha endógena, han actuado con tanta voracidad y falta de escrúpulos que en menos de una década han pasado a representar las grandes fortunas nacionales, visibles por su ostentación de nuevos ricos y evidente influencia gubernamental.
En Venezuela, para ser rico hay que estar en el gobierno o ser amigo del gobernante de turno (y no tener escrúpulos). La burguesía venezolana tiene características propias determinadas por nuestra condición de país petrolero. El ingreso y la renta petrolera las monopoliza el Estado, pero en realidad quien dispone de esos recursos es el gobierno de turno y particularmente el Presidente.
Así fue con Juan Vicente Gómez y todos los otros gobernantes, hasta nuestros días. Han manejado el ingreso y el gasto como si fuera patrimonio personal, especialmente los más autócratas y personalistas. Esta estructura económica y rentista, que no tiene nada que ver con una economía moderna, ha sido usufructuada por unas minorías, las llamadas élites de poder, asumidas como élites de negocio y élites sociales, llenas de codicia y sin principios ni valores. Todos nuestros gobiernos han propiciado y creado, desde el poder, sus propias élites.
En América Latina ha sido usual la alianza entre líderes populistas y élites voraces, unas consolidando sus riquezas e influencias y los recién llegados que con el tiempo terminan aliados y configurando una sola élite. En nuestro país, con toda propiedad, se puede hablar de las burguesías emergentes o de los nuevos ricos que cada gobierno propicia.
Los últimos en llegar a la piñata petrolera, la llamada boliburguesía o derecha endógena, han actuado con tanta voracidad y falta de escrúpulos que en menos de una década han pasado a representar las grandes fortunas nacionales, visibles por su ostentación de nuevos ricos y evidente influencia gubernamental. Es casi una ley que mientras más dinero entra por petróleo la corrupción se multiplica exponencialmente.
La teoría de las élites y la circulación de las mismas tiene consagrados autores como Marx, Weber, Pareto, Gramsci, W. Mills y G. Mosca, y este último permite identificar a «la democracia como una competencia entre élites, (que) se produce por la decadencia de una, por las circulación de otras o por el trasvase de individuos desde abajo hacia ellas, pero nunca por un conflicto».
En nuestro país la circulación de las élites en el siglo XX ha sido más por negociación y compromiso que por confrontación, sin lugar a dudas facilitada por la abundancia del recurso económico. De allí que se puede hablar de lo que se llamó en un conocido trabajo de investigación como la conciliación de las élites y una ilusión de armonía. Grupos que empiezan compitiendo y terminan asociándose (como diría un amigo, socios, asociados en sociedad) y en los últimos 14 años no ha sido diferente.
Ángel Lombardi