Escribo estas líneas apenas a breves minutos de haber colaborado en la liberación de los siete estudiantes detenidos por protestar el pasado jueves en la embajada de Cuba, exigiendo, entre otras cosas, la verdad sobre el estado de salud de Hugo Chávez, y por encima de todo, respeto a nuestra soberanía.
Es lógico que así se reclame. Para el momento en el que salga publicada esta columna, ya se cumplirán cerca de setenta días en los cuales los venezolanos no habremos escuchado nada de nuestro presidente, más allá de los que nos cuentan sus “correveidiles”, quien además, para mayor ignominia prefirió autoexiliarse en otra nación de la que poca o ninguna información trasciende sobre la evolución de su tratamiento, o sobre sus posibilidades reales de continuar en el mandato que el pueblo le confirió el pasado 7 de octubre. Ha sido esta una irresponsabilidad, mejor decir, un engaño de proporciones épicas, que la historia se encargará de juzgar en su correcta medida, sobre todo porque a nosotros los venezolanos, como bien lo han destacado los estudiantes y muchos personajes muy respetados de nuestro entorno nacional, nos ha colocado en una situación de absoluta vulnerabilidad y de dependencia, casi “rodillas en tierra”, con una nación extranjera.
No soy de los que comulga con los nacionalismos obtusos, ni con las concepciones decimonónicas y populistas de la soberanía de las que tanto hace alarde, pero de la boca para afuera no más, el poder en nuestro país; pero eso es una cosa, y otra muy diferente es esto que nos están haciendo pasar los líderes oficialistas, sumisos hasta el límite de lo indecible a lo que digan o dejen de decir sobre cómo manejar nuestros asuntos líderes extranjeros, en este caso los Castro, de muy dudosa reputación además.
Mucho menos puedo avalar o estar de acuerdo con que militares venezolanos, en este caso efectivos de la GNB, hayan acudido a la protesta del pasado jueves a reprimir, en pretendida defensa de una embajada foránea, a ciudadanos venezolanos que sólo estaban haciendo lo que la Constitución les permite hacer: Protestar de manera pacífica.
Muy mal están las cosas en nuestro país, cuando miembros de nuestra FAN (me niego a colocarle a final la “B” de “bolivariana”, pues no deben servir a ninguna ideología sino a la nación entera) corren presurosos a silenciar, infructuosamente además, una protesta a favor de nuestra soberanía, en defensa de la soberanía y del abuso de otras naciones. Peor estamos cuando para luchar contra los criminales que asesinan a más de 50 personas diarias en nuestra nación no hay recursos ni efectivos de seguridad suficientes, pero para reprimir una manifestación estudiantil sí se mueven varios contingentes militares armados, sólo porque la protesta se llevaba a cabo en la “niña del ojo revolucionario” en Caracas, léase, la embajada de Cuba.
No podemos seguir permitiendo estos abusos. No podemos dejar que el poder siga saltándose a la torera nuestra Carta Magna, limitándonos el ejercicio de nuestros derechos más esenciales, mientras que por el otro lado ni siquiera tiene la elemental decencia de cumplir sus deberes, entre otros, el de velar por nuestros intereses nacionales, el de protegernos a nosotros de indebidas injerencias de potencias foráneas, y además el de resguardar nuestras vidas y nuestras posesiones de los delincuentes.
Más allá, no podemos dejar a los estudiantes solos en sus gestas. Ya han sido varias sus protestas recientes, y la verdad sea dicha, han contado con poco apoyo ciudadano. Es cierto que a veces no son tan organizados como nos gustaría a muchos que fueran, y las más de las veces nos toman desprevenidos en sus acciones, y como ocurre en mi caso, en ocasiones me han “puesto a correr” más de una vez para apoyarles cuando son arrestados o “retenidos”, pero al menos están haciéndose oír más allá del Twitter o de las redes sociales, y están presentando planteamientos lógicos y coherentes que además recogen el sentir de un muy grueso sector de la población. Actúan, no hablan pendejadas. Esa es la esencia irreverente e indómita de su juventud, que no puede ser dejada de lado ni menospreciada, porque cuando los estudiantes protestan, revisemos la historia, los tiranos tiemblan, y quizás es el momento de que algunos de los nuestros empiecen a sentir débiles las rodillas. En sus actos los estudiantes llevan la fuerza de sus años breves y de sus sueños por alcanzar, lo cual es muy, pero muy, poderoso.
Es indispensable que asumamos, sin caer en las trampas de la violencia o de la apatía que a nada conducen, que el “problema país” nos atañe a todos. Hay que dejar los faustos y el cansancio para empezar a comprender que si seguimos dejando que sean los demás los que luchen por nosotros, pronto no habrá nadie con la capacidad o la fuerza necesaria para salvar lo que aún quede por salvar. La inteligencia, entonces, ha de oponerse a la barbarie, la paz a la violencia y la razón al fanatismo, en cada uno de nuestros espacios vitales, sea que tengamos muchos o pocos años, pues de lo contrario le estaremos haciendo, con nuestra pasividad, el juego a quienes pretenden mantenernos asustados y sumisos. Protestar de manera efectiva, impactante e ingeniosa, dentro de los márgenes constitucionales además, es posible. Nuestros jóvenes nos lo están demostrando todos los días, si ellos pueden, ¿Por qué nosotros no?
Parafraseando a mi amigo, el poeta Gustavo Tovar, los estudiantes “No piden permiso, si acaso piden perdón”, y así debe ser además. Ponen sus esfuerzos donde está su boca y abren caminos que luego los demás recorremos. Han demostrado desde hace mucho tiempo ser verdaderos adalides de valores y de luchas que a nosotros, los más “adultos contemporáneos”, se nos pierden a veces en los mares de la excesiva prudencia. Sólo por eso y porque además ellos son los dueños indiscutibles del futuro, debemos apoyarles no sólo con nuestro consejo, sino además con nuestros empeños. Que juventud es sinónimo de esperanza es verdad harto sabida, pero bonito va a ser cuando a esta se le sume, con el mismo significado, la voz “ciudadanía”. Sólo así, trabajando en conjunto, sin pedir mucho permiso y dentro de nuestras posibilidades, cuales quiera que sean, podremos sacar al país de este pozo en el que el entreguismo, la improvisación, la ineficiencia y el oprobio nos tienen sumidos.
Gonzalo Himiob Santomé / @himiobsantome