Cuando el asesino en serie Manuel Pardo fue ejecutado por inyección letal, el sobrino de una de sus víctimas manifestó: “Él era un hombre bastante perturbado cuyo odio por la humanidad no reconoció piedad alguna”, a la vez que calificó la sentencia mortal como un acto de “justicia leve”
Edda Pujadas / @epujadas
“No soy un criminal. Soy un soldado. Como soldado, pido la pena de muerte. Cumplí mi misión”, le manifestó al jurado Manuel Pardo durante el juicio celebrado en su contra, en la ciudad de Miami, Estados Unidos en 1988, mientras pedía un glorioso final por sus actos.
Al ser juzgado, Manuel Pardo, expolicía de la localidad de Sweetwater en Miami, admitió haber asesinado a seis hombres y tres mujeres en 1986, junto a su cómplice, Rolando García. El exagente tomó fotos de las víctimas y describió detalles de los hechos, además de coleccionar recortes de las informaciones sobre los casos publicadas en los periódicos.
Los asesinatos ocurrieron durante varios robos y estafas perpetrados por Pardo y García durante 92 días del año 1986. Pardo fue vinculado a los crímenes después de usar, inescrupulosamente, las tarjetas de crédito de sus víctimas.
Pardo, otrora Boy Scout y veterano de la marina estadounidense, comenzó su carrera en la policía en 1970, con la patrulla de carreteras de la Florida, graduándose como el primero de su clase. En 1979 fue despedido por falsificar multas de tránsito, pero poco después, fue contratado por el Departamento de Policía de Sweetwater en Miami.
En 1981 fue uno de los oficiales acusados de brutalidad policial, en un caso del que se levantaron los cargos. Cuatro años después fue despedido, tras descubrirse que mintió en un juicio, cuando viajó a Las Bahamas para testificar en el procedimiento adelantado contra dos colegas de Sweetwater , acusados de tráfico de drogas. Pardo dio un falso testimonio, al asegurar que los dos uniformados eran agentes internacionales encubiertos.
Seguidamente, pasó varios años sin destino cierto hasta que, en 1986, inició la senda criminal y homicida por la que pagó con su propia vida. En el juicio en su contra, uno de sus abogados argumentó que su cliente estaba fuera de sus cabales al momento de cometer los asesinatos, pero el jurado rechazó esta versión de los hechos y lo sentenció a muerte.
En las dos décadas siguientes al veredicto, los abogados de Pardo insistieron en que su cliente no estaba en capacidad de enfrentar un juicio porque sufría de un desorden en la tiroides que le afectaba la mente. La defensa también alegaba que le habían sido negados todos los récords públicos sobre los métodos de aplicación de la inyección letal en el estado de la Florida.
INYECCIÓN LETAL
Un total de 24 años después de ser sentenciado, Manuel Pardo fue ejecutado por inyección letal, siendo declarado muerto 16 minutos después de que le suministraran la dosis mortal, faltando diez minutos para las ocho de la noche del martes 11 de diciembre del 2012 en la Prisión Estatal de la Florida, al norte de Gainesville.
Antes de morir, Pardo escribió de su puño y letra su última carta. En la extraña misiva, mencionó brevemente su sentencia y aceptó responsabilidad por seis de las muertes por las que fue sentenciado (las de los hombres, en su mayoría traficantes de drogas), pero insistió en que no mató a las tres mujeres.
“Acepté culpabilidad porque sabía que de todos modos estaba condenado y no hacía ninguna diferencia para mí, en aquel tiempo, tener seis o nueve cadenas perpetuas”, escribió el hombre de 56 años. “Mi guerra era contra hombres que traficaban con narcóticos, ¡y nadie más!”, añadió.
Es importante recordar que Pardo fue declarado culpable de matar a nueve personas, entre ellas a tres mujeres, pues con dos de ellas había tenido problemas personales y la tercera había sido testigo de uno de sus crímenes.
El segundo párrafo de esta carta es bastante desconcertante, pues el policía se esmera en profesar su admiración por los Yankees y los Gigantes de Nueva York: “Como un neoyorquino y leal fanático, me hizo feliz ver a mis Yankees y Gigantes ganar tantos campeonatos durante mi vida. Los Jets, por el contrario, hicieron lo que mejor saben hacer, estrellarse y quemarse. ¡Ellos apestan!”
Pardo no se disculpó en su carta con los familiares de sus víctimas por haber cometido los homicidios, pero si les pidió perdón por la tristeza y el dolor que les había causado. Al final de la misiva, el veterano de la Marina de Guerra escribió: “Dios bendiga a todos aquellos afectados”.
Para concluir la carta, titulada “Mi última declaración”, escrita en inglés en letra de molde y firmada en cursiva horas antes de su muerte, el hombre profesa su amor por su hija en la línea: “Te adoro Michi Girl…eternamente”.
En las últimas horas de su vida, el expolicía de Sweetwater recibió la visita de ocho familiares y amigos y disfrutó de una última comida al estilo cubano, preparada en la cocina de la prisión. Ese día el hombre comió cerdo asado, arroz blanco y frijoles rojos, tostones y una ensalada de tomate y aguacate. De postre le dieron pastel de calabaza con un café cubano.
Romeo encarcelado
En prisión, mientras esperaba su sentencia, Manuel Pardo llamó la atención de los medios de comunicación, durante el año 1996, por haber enamorado a varias mujeres, a través de cartas enviadas desde la cárcel, a quienes convenció de enviarle miles de dólares. Pardo publicaba anuncios clasificados de corazones solitarios en los tabloides y luego intercambiaba cartas de amor con damas que respondían a sus anuncios. Cuando su identidad fue descubierta, argumentó que él proveía un servicio de terapia para aquellas mujeres solitarias y vulnerables y que ellas debían estar agradecidas. Pasó así a ser conocido como “El Romeo de la pena de muerte”.