El Taller Experimental de Teatro (TET) estrenó la pieza “Tierra Santa” del dramaturgo Elio Palencia (Maracay, 1963), estremecedor viaje de ida y vuelta a nuestra Tierra de Gracia, drama contemporáneo para que los venezolanos nos veamos mejor, dirigida por Costa Palamides y con las actuaciones de Guillermo Díaz Yuma (Mayor) y Ludwig Pineda (Segundo), en el Teatro César Rengifo, de Petare.
Preguntamos a Elio Palencia cómo nació su obra:
-Como suele sucederme, “Tierra Santa” surge de interrogantes. En este caso, acerca de la paternidad, las distintas decisiones y opciones de vida a partir de iguales oportunidades y en un mismo contexto; la observación de que en un país con tanta ausencia del padre, cuando éste está presente, no pocas veces, a lo largo del tiempo, tiende a convertirse en una isla dentro de su propia familia. De hecho, el primer título que tuvo mi pieza fue “Un patio, dos islas”. A estas preguntas se sumaron otras en las que ya he trabajado antes en relación con el personaje, la venezolanidad y nuestro devenir. Al hilo de esto quería seguir indagando en algunos arquetipos. Deseaba poner sobre la mesa algunos aspectos de la paternidad, diferentes caminos confrontados, el factor individual que está en juego, ¿de qué depende eso? Los dones, los talentos, el factor individual… La comencé a escribir cerca del 2000, cuando mi padre cumplía 60 años, pero fue en 2008 cuando logré poner “oscuro final”.
-¿Qué busca con sus personajes en un ámbito semi rural, pero comprometidos con las urbes donde imperan los centros comerciales y los celulares?
-Siempre me ha interesado ese mundo que, desde una visión centralista, se observa equívocamente como “Monte y Culebra”. No nací ni me crié en Caracas y, quizás por eso, me llama la atención cierto desdén capitalino por la provincia y, a veces, la tendencia a su idealización o edulcoramiento, como si no participara también de la globalización. ¡Participa! Sólo que, lamentablemente, lo hace más desde el consumo que desde las oportunidades de expansión intelectual o artística: vas a una ciudad o un pueblo del interior y, con el paso del tiempo, ves el aumento de centros comerciales, ventas de lotería, licorerías, salas de internet, pero también constatas que esto no es proporcional a la suma de bibliotecas, galerías o teatros. Siempre me ha interesado visibilizar y sincerar este mundo a la vez que vincularlo o confrontarlo con un cosmopolitismo bastante dudoso. Aún en Caracas, cabalgamos entre lo urbano y lo rural. Desde el siglo XIX hay mucha movilidad social y la entrada a la contemporaneidad, a través de la renta petrolera, ha sido tan veloz que, salvo excepciones, aún en ámbitos aparentemente muy urbanos, está presente la impronta rural. Se hace muy obvio si te asomas a un barrio caraqueño, pero, duélale a quien le duela, también está presente en todo el abanico de la clase media, en la burguesía y hasta en los descendientes del mantuanaje. Y, ojo, a mi juicio, es posible que esto sea un valor, una riqueza y no necesariamente una rémora, si lo hacemos consciente y contamos con ello, por supuesto.
-¿Nuevamente la homofobia estalla con Segundo, quien una nieta amada por una lesbiana y un hijo gay?
-Como temas que me preocupan, la homofobia al igual que el prejuicio racial en nuestro país, ciertamente aparece en esta pieza como parte del contexto, de manera tangencial. Uno escribe desde lo que le mueve, seduce o le intriga, desde lo que le acaricia, agrede o rechaza, y hay taras, rémoras sociales que me interesa hacer visibles y mucho más si estoy hablando de la figura del padre. Homosexuales, lesbianas y transexuales proceden de familias heteronormativas, desde las cuales no pocas veces comienza la exclusión y hasta la explotación, como lo expongo en mi pieza “La quinta Dayana”. Una vez leí que, a diferencia de colectivos discriminados por razones raciales, étnicas o patológicas, en los que la protección de la tribu, el clan o la familia generalmente está dada, respecto a la sexodiversidad, sea por ignorancia o insensibilidad, no ocurre así, y esto agrava la situación de vulnerabilidad social. Por eso me gusta mostrarlo, al menos, como en este caso, a través de pinceladas. Aunque muchos de mis textos visibilizan parte del colectivo LGBT, lo hacen pretendiendo adentrarse en asuntos más esenciales y abarcadores, en la voluntad de la inclusión total como asignatura pendiente.
-Mayor viene desde abajo y tiene como meta vital graduarse en Teología. ¿Por qué ese salto o ese horizonte?
– ¡La mayoría de quienes hemos accedido a la clase media en este país venimos de abajo! En gran parte de las familias venezolanas, el piso de tierra y el chinchorro están a la vuelta de poquísimas generaciones. Y eso, en mi opinión, no es ni bueno ni malo, ni feo ni hermoso. Simplemente, es. Ni la religiosidad ni las inquietudes o necesidades místicas están preladas por una clase social, son inherentes a nuestra humanidad. Sólo que en algunas personas la pulsión y la voluntad por desarrollar conocimiento y vivencia en torno a la espiritualidad, son mayores. Tú lo ves como un salto y yo te digo, ¡pues sí, es un salto, una maravilla de salto! verificable en eso que llamamos la realidad. Hay seres capaces de trascender contextos de medianía o embrutecimiento y eso, como en el caso de Mayor es tal vez lo que los hace dignos de ocupar un escenario. Sucede y, a mi juicio, es algo grande, deseable y ejemplar.
Crítica a la TV
-Si bien soy crítico con los medios masivos, sobre todo con aquellos movidos por intereses mercantilistas, dada su cuestionable responsabilidad social, en el caso de “Tierra Santa” no fue algo que me planteé. Pero, ciertamente, la lectura escénica de Palamides potencia la presencia de esas comiquitas que acoto para las escenas. En este caso, es posible que se hayan colado los conceptos de enajenación, puerilización, embrutecimiento y poca adultez que abrigo acerca la sociedad en general y, la de nuestro país, en particular, ¿cómo se explica, si no, la irresponsabilidad paterna o la frivolidad con la que los adolescentes conciben y tienen hijos? “Segundo” se regodea en el estancamiento, la dependencia, la dificultad para el ejercicio de la voluntad y la evolución. Por eso, el hecho de que comience y termine con un mando en la mano viendo dibujos animados, no es gratuito. Al margen de la televisión misma, es él quien decide hacer uso de su libertad para pulsar el mando y ocupar su tiempo de vida en eso.