Todo parece indicar que el presidente Hugo Chávez, aun en su lecho de enfermo, se sigue aferrando al dólar, para que no salgan del país y como instrumento para cubrir los gastos del gobierno y así tratar de eliminar los desequilibrios macroeconómicos que aquejan la nación bolivariana.
«A partir del 9 febrero de 2013, se fija el tipo de cambio en seis bolívares con dos mil ochocientos cuarenta y dos diezmilésimas (Bs. 6,2842) por dólar de los Estados Unidos de América para la compra, y en seis bolívares con treinta céntimos (Bs. 6,30) por dólar de los Estados Unidos de América para la venta».
Con esas palabras, plasmadas en el artículo primero del Convenio Cambiario Número 14, el Banco Central de Venezuela (BCV) y el gobierno encaminaron la economía de ese país por un rumbo incierto, que luce poco alentador.
La economía se basa en los recursos petroleros, que cerró 2012 con exportaciones por cerca de 70.000 millones de dólares, y tiene a la vez una gran dependencia de las importaciones. Ese rubro superó los 56.000 millones de dólares el año pasado.
Allí se incluyen las importaciones de gasolina que, dicho sea de paso, es un bien subsidiado por el gobierno, convirtiendo el combustible en el más barato del mundo para el consumidor final. El tanque de un auto, con unos 50 litros de capacidad, puede ser llenado por menos de 1,5 dólares.
En ese contexto, devaluar de la manera en que lo acaban de hacer equivale efectivamente a dar un paso hacia adelante, pero con la salvedad de que lo que hay al frente es un precipicio fiscal, monetario e inflacionario. Lo primero que hay que tener en cuenta es que con el mismo dólar que, de un plumazo, el gobierno pretende usar para pagar sus gastos monetizando sus ingresos petroleros, también tendrá que pagar sus cuentas denominadas en dólares.
Así que mientras sus ingresos son mayores, sus gastos en esa moneda también se hacen más caros, al convertir los dólares a una tasa 46.51% más alta. El total de la deuda pública bordea los 150.000 millones de dólares y equivale al 50% del PIB.
Según datos del BCV, el gobierno tiene pendiente por pagar 22.052 millones de dólares de su programa de nacionalización. El 8 de febrero esa cuenta le costaba 94.824 millones de bolívares. Hoy equivalen a 138.928 millones. Prácticamente desde que asumió el poder, el gobierno de Chávez ha financiado su economía de gasto estatal, pilar del crecimiento económico del país, a punta de devaluaciones y control cambiario.
La devaluación nominal acumulada desde 1999 hasta la fecha alcanza el 649%, teniendo en cuenta la reconversión monetaria que ordenó el gobierno en 2008, cuando le quitó tres ceros al bolívar. En 2010 devaluó el bolívar en 20% y creó dos tipos de cambio: uno para lo que llamó bienes prioritarios con tasa de 2.60 bolívares por dólar y otro de 4.30 bolívares por dólar para los demás rubros. En enero de 2011 elimina ese tipo de cambio «dual» y quedó sólo la tasa de 4.30.
Con una inflación que cerró 2012 en 20.1% y con proyecciones del Fondo Monetario Internacional, antes de la devaluación, de que superaría el 28% en 2013, no se necesita ser clarividente para asegurar que, por lo menos en ese frente, la batalla está perdida.
De poco servirá la anacrónica política de control de precios que tienen prácticamente anclados al productor nacional y a la oferta de bienes y servicios. Cada vez la economía venezolana está más lejos de honrar el eslogan que aparece en los comunicados del Banco Central: «Una economía fuerte, un bolívar fuerte, un país fuerte».
Con una economía ya de por sí inestable a cuenta de la política y de la salud con diagnóstico reservado de su presidente, Venezuela ya tiene suficientes razones para estar fuera del foco de la inversión extranjera. Los pocos que quedan quieren salir corriendo. Sólo los amarran los controles a la compra y venta de divisas.
Con este nuevo golpe del gobierno venezolano en materia cambiaria, vale la pena recordar la tristemente célebre frase del presidente José López Portillo, que desató la crisis cambiaria mexicana en febrero de 1982: «Defenderé la paridad del peso como un perro».
Por supuesto el mandatario nacional no parece estar defendiendo la paridad cambiaria, pero su gobierno sí está aferrado a los dólares, con dientes y manos, por más que parezca un hueso sin carne.
AP