«Siento orgullo (…) Es un honor muy grande para el barrio», confiesa Iraima Díaz, de 39 años, que vive en una pequeña casa verde: «Allí» precisa, señalando una humilde construcción situada frente al Museo de la Revolución, un antiguo cuartel general desde donde Chávez lanzó el 4 de febrero de 1992 un fallido golpe de Estado que le dio a conocer y le catapultó a la presidencia siete años después.
En la plaza «4 de febrero«, situada junto al museo y cuya entrada está custodiada por militares que impiden a periodistas tomar imágenes, todos los transeúntes manifiestan el mismo sentimiento.
Erigido en lo alto de una colina poblada de humildes viviendas de ladrillos multicolores, el edificio rosa y ocre, flanqueado por torres, está coronado por un enorme «4F», que conmemora la fecha del fracasado golpe de Estado del entonces teniente coronel Chávez contra el presidente Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993) .
Después de que Chávez ganara los comicios de 1998, el barrio -plagado de pancartas del líder fallecido, grafitis del Che Guevara y Simón Bolívar– se convirtió en uno de los bastiones del chavismo y se beneficia de todos las políticas sociales del gobierno: desde centros de atención primaria, un mercado y hasta un museo.
Cubriéndose la cabeza con una gorra roja –el color del chavismo– y portando en el brazo izquierdo un brazalete con los colores de la bandera venezolana en señal de luto, Díaz espera, sin embargo, que el cuerpo de Chávez esté expuesto «poco tiempo» en el museo.
Como la gran mayoría de sus compatriotas, lo que esta mujer desea es que el presidente sea enterrado en el Panteón Nacional, en el centro de Caracas, junto al libertador Bolívar.
Sentada junto a ella en un banco de esta plaza, totalmente equipada con juegos para niños regalados por el gobierno, Carmen Rosa Díaz, lutier de 51 años que también lleva una gorra con una estrella roja en el centro, cuenta que sospechaba que alguna cosa se movía en el museo antes de que el presidente encargado, Nicolás Maduro, anunciara que Chávez sería embalsamado y expuesto allí.
«Vimos mucho movimiento, camiones, máquina, obreros, material de construcción. Pensábamos que iban a construir un monumento», relata, sorprendida pero «orgullosa» que finalmente se trate de «algo tan grande».
A pocos metros, detrás del mostrador de su minúscula tienda pintada de rojo -que el gobierno le regaló-, Reina Viña Torres, de 27 años, también celebra esta noticia y espera que la enorme afluencia de gente que atraerá la presencia de los restos de Chávez en el barrio sea «una buena cosa para los negocios».
Su madre, Isabel Torres, defiende enérgicamente que nunca venderá ni pins, camisetas, gorras, fotos, banderas, pósters, muñecos, CD u otros objetos que evoquen al «comandante», que inundan todas las concentraciones de chavistas.
«Su memoria es mucho más importante que lo otro», asegura convencida.
Si hay dudas de que el 23 de Enero pueda cambiar con la llegada de los restos del líder venezolano, Iraima Díaz lo tiene claro: el barrio «se va a adaptar». Además, tiene la esperanza de que la presencia del cuerpo ayude a que los jóvenes bajen «un poco el ruido, por respeto al comandante».
Pero, a la espera de que los restos de Chávez sean trasladados al antiguo cuartel general del 23 de Enero el próximo viernes, un altavoz instalado en plena calle difunde a todo volumen cánticos patrióticas y revolucionarios en memoria del «libertador del siglo XXI».
AFP