En menos de 48 horas de pontificado, Francisco, el primer papa latinoamericano, ha impuesto un estilo innovador, más accesible, sencillo y directo, tanto en gestos como en discursos, que el de su predecesor Benedicto XVI, el papa teólogo.
«Hermanos, hermanas, buenas noches», fueron las humildes primeras palabras pronunciadas el miércoles por el pontífice que inauguraba una nueva página de historia como primer papa de las Américas, primer papa jesuita y primer papa no europeo en 13 siglos.
Simplemente vestido, con una sotana blanca adornada sólo con una cruz, prescindió incluso de la estola roja de cardenal con bordes de piel de armiño para su presentación al mundo en el balcón de la basílica de San Pedro, y sólo se la puso para impartir la bendición «urbi et orbi», después de haber pedido a los fieles que rezaran por él.
Desde entonces, el nuevo papa, que siempre ha llevado un estilo de vida austero y ha estado cerca de los pobres, no ha dejado de sorprender en cada una de sus apariciones, públicas o privadas.
Para su primera homilía, según los vaticanistas, renunció el jueves al discurso preparado tradicionalmente por la secretaría de Estado del Vaticano y optó por la improvisación para invitar a la Iglesia católica en un lenguaje accesible y moderno a volver a la esencia del cristianismo y huir de lo «mundano» para no convertirse en una «ONG piadosa».
Esta familiaridad volvió a repetirse por momentos en su encuentro el viernes con los cardenales, a quienes de entrada saludó como «hermanos», no señores ni eminencias como suelen llamarlos, y ofreció un inhabitual parte médico del anciano purpurado argentino Jorge Mejía, quien se recupera de un infarto en un hospital romano.
Aunque en esta ocasión sí leyó, se saltó el guión en varias ocasiones refiriéndose con un tono más relajado al Espíritu Santo como un «apóstol de Babel» que vela por la armonía de una Iglesia.
Citó también a su «poeta preferido», Friedrich Hölderlin, en una reflexión sobre «la vejez», que luego equiparó «con el vino que mejora con los años». Y al final, se levantó del trono para saludar afectuosamente uno por uno a todos los cardenales y se puso espontáneamente la pulsera amarilla que le regaló el cardenal sudafricano Wilfrid Napier.
Francisco, de 76 años, sorprende porque rompe todos los moldes establecidos por su predecesor Benedicto XVI, más ceremonioso y teológico en sus discursos, que renunció sorpresivamente, en un gesto sin precedentes en siete siglos.
Tras ocho años de pontificado, marcados por los escándalos, el cónclave eligió esta vez a un cardenal-misionero que hasta ahora ha cumplido sus votos de pobreza, utilizado el transporte público, cocinado y visitado a sus fieles incluso en las zonas más desheredadas.
«Qué Dios los perdone por lo que han hecho», les dijo a los cardenales que lo eligieron en una animada cena posterior.
En sus primeros actos, se ha mantenido fiel a sus principios, luciendo sencillos hábitos papales, renunciando a su Mercedes oficial o pasando por el hotel donde se alojaba antes del cónclave para hacer su maleta y pagar personalmente la cuenta.
Gestos que suscitan emoción y hasta llanto entre las personas que lo han conocido, como la periodista italiana Stefania Falasca, amiga de siempre, a la que llamó personalmente apenas elegido.
En la Casa de Santa Marta, su residencia temporal hasta que pueda ocupar el apartamento papal en el Palacio Apostólico, cena habitualmente con otros cardenales, sentándose en el sitio que esté libre, explicó el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi.
Siguiendo en esa misma línea pidió a los argentinos, obispos y simples peregrinos, que se abstengan de viajar al Vaticano para su misa de entronización del martes. «Es un viaje largo y muy caro» y les invitó a emplear ese dinero en hacer «un donativo a los pobres», le escribió al nuncio en Argentina, según contó el padre Lombardi.
AFP