Leopoldo Puchi
Le ha tocado morir a Chávez en el momento en que se encontraba en la cúspide de su vida como líder político, no en el declive que la historia muestra tan áspero como fatal. Tampoco en el camino de una obra a medio hacer, sino la de un trecho largo transitado. Estas circunstancias abren la vía para que con mayor rapidez pase a ser símbolo y mito, puesto que es una figura que genera extraordinario fervor en multitudes y representa ideales y valores compartidos por la gente del pueblo, dentro y fuera del país.
La impresionante movilización popular que ha acompañado sus restos anuncia que será recordado como alguien insuperable. Sus enemigos no hubieran querido nunca que muriera así, tan alto, invicto.
Es difícil que el hecho hubiese ocurrido en un contexto más propicio para que ese fenómeno de la psicología de masas tuviera lugar. La realidad inmediata es la de una relativa buena situación económica para la gente, altos precios del petróleo, ingresos familiares, cifras mínimas de desempleo, incorporación masiva al sistema de pensiones, reducción de la jornada laboral, misiones sociales, asignación de viviendas, distribución de alimentos.
En lo social, activismo de las clases populares y red de organizaciones de base. En lo político, éxitos electorales recientes, por amplia ventaja, mayoría de gobernaciones, control de la Asamblea Nacional, estabilidad institucional. Camino electoral y marco democrático constitucional que resaltan más, en la hora actual, que forcejeos y rayas amarillas. Y un hecho adicional, Chávez no ha recurrido al expediente de la represión sistemática. Además, se ha ido a la tumba sin la mácula deshonrosa de la corrupción.
En lo internacional, no podía haber mejores condiciones. El ingreso al Mercosur, la creación de Unasur y la Celac. Gobiernos de izquierda en los principales países suramericanos. Evo marchando en el cortejo fúnebre. Obama de presidente. Uribe en dificultades. España replegada, entre elefantes y crisis económica. La Unión Europea más discreta. Las Farc negociando.
Este es quizás el marco menudo, superficial, que facilita la construcción del mito. Pero sería errado ignorar las raíces profundas de las que emana y la madera de la que estaba hecho el hombre que lo encarna. En el fondo, está el reclamo latente de las clases populares de mejora en sus vidas, de redención social y poder de decisión, así como la necesidad de reafirmación nacional, que parecía olvidada. Chávez las encuadró en un proyecto, el socialista. Ahora él las expresa y simboliza, porque transmitió convicción y fe en ideales. Pronto vendrá el mito, siempre más poderoso que los propios hombres.