La gente le respondió al evento, la internacionalización fue un éxito, pero las restricciones que impone la MLB sigue dejando mal sabor
Eric Núñez / AP
Si fuese por el perfil internacional, la tercera edición del Clásico Mundial de Beisbol cumplió su cometido con creces. Si fuese por los vericuetos reglamentarios de la competencia, el torneo aún deja mucho que desear.
Concebido por Grandes Ligas hace una década para globalizar al béisbol más allá de sus bastiones tradicionales de Norteamérica, el Caribe y Japón, los organizadores del Clásico quedaron embelesados cuando Holanda alcanzó las semifinales e Italia avanzó a la segunda ronda. Los índices de teleaudiencia en Japón batieron las marcas de los Juegos Olímpicos del año pasado y el 51% sintonizó la derrota ante Puerto Rico en semifinales. Brasil y España pudieron dar sus primeros pasos.
La ambición es que el beisbol pueda llegar a tener el mismo impacto del fútbol, popular en cada continente. ¿Una locura? El comisionado Bud Selig lo ve posible, con juegos de temporada regular en Australia y Europa.
«La internacionalización puede llevar a este deporte a niveles que hoy día no podemos imaginarnos», dijo Selig durante el torneo. «La idea de una auténtica Serie Mundial, el interés en el mundo, es algo que me resulta imponente».
«Si lo hacemos bien, no vamos a reconocer nuestro deporte dentro de una década», añadió.
Por ahora, el Clásico ofrece una experiencia entretenida gracias a la pasión arrebatadora con la que los equipos latinoamericanos se toman el desafío, desde la «mirada diabólica» del relevista mexicano Alfredo Aceves durante una gresca contra Canadá y el «plátano mágico» que el cerrador dominicano Fernando Rodney cargó como amuleto en la cinta del pantalón durante los juegos.
Todo llegó a su punto culminante la noche del martes, cuando la República Dominicana completó una marcha invicta en ocho partidos para conquistar su primer título. Puerto Rico sucumbió en la final, pero su sorpresiva campaña podría servir para revivir un deporte que en los últimos tiempos se había adormecido en esa isla.
También se produjo el fracaso de Venezuela, cuya ofensiva conformada por Miguel Cabrera, Pablo Sandoval, Carlos González y Martín Prado no sirvió de nada al fallarle sus lanzadores.
«Los torneos no se ganan con nóminas y nombres», dijo el torpedero dominicano José Reyes, recordando la herida dejada por la eliminación en primera ronda a manos de Holanda hace cuatro años. «Estábamos tan confiados en nuestro talento, que con sólo eso se podía. Pero eso a veces no te sirve. Ahí está lo que le pasó a Venezuela, con jugadores de tanta clase».
Por segunda vez en tres ediciones, Estados Unidos no pudo meterse en el cuarteto de semifinalistas. Y con ello se desató otra catarata de críticas sobre el nivel de compromiso de sus estrellas, que al fanático estadounidense le importa un pepino el torneo, que si el país donde se inventó el deporte ha sido definitivamente igualado por los demás.
Lo que haga el equipo de Estados Unidos es realmente secundario para los propios organizadores. Las tres finales del torneo se han disputado en Estados Unidos, pero no se descarta que en próximas ediciones la definición se monte en Latinoamérica o Asia.
Tanto Grandes Ligas como la asociación de jugadores van agarrados de la mano en cuanto al apoyo al torneo, y sus voceros adelantaron que la edición de 2017 está confirmada.
Pero para entonces hay que hacer algo con respecto al bizantino reglamento, particularmente en cuanto a las convocatorias de jugadores y las restricciones que se imponen a los lanzadores.
De esto pueden atestiguar los campeones dominicanos, que en la antesala del torneo sufrieron con las bajas de Albert Pujols, José Bautista, Adrián Beltré y Johnny Cueto.
«Lo más difícil de mi trabajo fue conseguir el permiso de los jugadores que terminaron con algún tipo de lesión la temporada pasada, estando ya esos jugadores (estaban) saludables para los campos de entrenamiento», dijo a The Associated Press el gerente del equipo dominicano, Moisés Alou. «Yo pienso que si esa regla se puede cambiar, sería excelente para los equipos. Los países pequeños, excluyendo a nosotros, porque es un país pequeño pero con un sinnúmero de jugadores buenos de Grandes Ligas y Triple A. Pero para un país como Puerto Rico, Holanda e Italia, son problemas que le perjudican mucho. Eso desnivela la competencia».
«Aquí es donde Grandes Ligas tiene que intervenir. Ellos quieren tener un torneo de éxito y esa es una de las forma de tener mayor éxito, con los mejores jugadores», añadió Alou.
En resumidas cuentas, pese a las buenas intenciones de Selig y sus allegados, el Clásico aún está muy lejos de acercarse al prestigio de la Copa Mundial de fútbol o unos Juegos Olímpicos.
Todavía le falta ganarse el respeto de muchos jugadores. Ahí está lo que respondió Cole Hamels, el pitcher estadounidense, que sin tapujos señaló que su «lealtad» primordial le pertenece a los Filis de Filadelfia para ganar la Serie Mundial y no a una selección.
Tal vez no exista forma de resolver sus falencias debido a la profunda resistencia de los clubes en medio de una pretemporada y sin otra fecha que sea la más adecuada que el mes de marzo.
Pero la idea de un crecimiento global del beisbol es demasiado noble y tentadora.
«Una competencia entre países es lo mejor que se puede tener», afirmó el manager de Holanda Hensley Meulens. «En un país tan futbolero como el nuestro, en medio de la temporada, el béisbol se hizo notar un poco. Hay que seguir en esa línea».