Exequíades Chirinos
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En la pasada campaña presidencial, la Lucena anunció la prohibición de usar la gorra tricolor al candidato presidencial, Henrique Capriles Radonski. En su alocución a los medios (con prohibición de preguntas periodísticas) usó la cara de mujer circunspecta que siempre pone cuando participa al país las “grandes decisiones” en contra de los candidatos adversarios del oficialismo.
Esa cara sobria, aparentando que ella encarna a la institución, que ella es en sí misma el Poder Electoral, contrasta con la otra imagen de la Lucena, esa de la mujer asistente a los actos institucionales, que son en verdad políticos y propagandísticos del régimen, en los cuales se ríe de los malos chistes y hasta aplaude cualquier cosa.
En uno de los últimos eventos oficiales, luciendo un rostro de ministra y sintiéndose guapa y apoyada, hasta se atrevió a usar la banda tricolor que emplearon los funcionarios de gobierno durante el sepelio del Presidente para probar su devoción y apego al régimen, al Nicolás, y enviar un mensaje desafiante a Capriles y a la oposición.
Evidentemente la imagen de la Lucena está encerrada en una máscara, en una de las Máscaras Mexicanas (en nuestro caso el venezolanas) sobre las cuales el premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, escribió en “El Laberinto de la Soledad. Caretas diversas y las cuales, en cuanto a la máscara de la mujer, el literato latinoamericano advirtió que “en un mundo hecho a la imagen del hombre, (…) la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”.
La máscara de la Lucena es, entonces, el reflejo de la voluntad del candidato del oficialismo, a quien se protege a toda costa, permitiéndole violaciones a la Constitución y la ley, como el uso de los recursos del Estado y el cambio ilegal de Centro de Votación.
Bajo la máscara de la sumisión total del CNE al régimen, la Lucena le acepta todo al candidato, al extremo de aceptarle abusivas transmisiones públicas, a cualquier hora y momento; la utilización de los dineros públicos en la campaña; el empleo de los aparatos del Estado (desde PDVSA hasta cualquier empresa regional) y las presiones a los funcionarios públicos.
Con la máscara institucional la Lucena ataca la campaña de Henrique Capriles prohibiéndole usar la gorra tricolor y entrabándole la incorporación de testigos en los Centros de Votación. La palabra regulación sólo aplica y se emplea contra Henrique Capriles Randonski, cuando constitucionalmente tiene iguales derechos que Nicolás.
Lucena calla a las exigencias de igualdad de participación, de uso de los medios públicos del Estado, de utilización de instalaciones públicas… pero se activa inmediatamente cuando una Ong, “Mujeres por La Libertad”, formula críticas al gobierno nacional y al desequilibrio del CNE; o El Nacional publica un editorial advirtiendo de los abusos electorales.
Con Nicolás se emplea la cara de la permisividad para permitirle el descarado ventajismo. En el fondo, se entiende el juego de la Lucena porque detrás de su máscara se adivina un deseo de ser premiada con un Ministerio, una Embajada … para después ser Alcaldesa. Lo sabe y ese es el juego de trasfondo dado que existe un claro antecedente: la máscara utilizada por Jorge Rodríguez cuando presidió el CNE.