La matanza del 14 de diciembre de 2012 en una escuela primaria en Newtown, Connecticut, fue una anomalía horrenda
Era poco más de la una de la madrugada cuando se encontró el cadáver de Christopher Cotton desplomado en el asiento del conductor de un vehículo en una intersección vial en Búfalo, Nueva York. Un asaltante lo mató a tiros y lo dejó dentro del auto, con las ventanillas arriba y las puertas cerradas con seguro.
Cerca de una hora antes, Cotton, un técnico farmacéutico, se había reunido con algunos familiares para beber una copa y mirar algunos videos en YouTube. Luego, se marchó para encontrarse con su novia. Nunca llegó.
El asesinato de Cotton, de 42 años y padre de tres niños, fue el primero del año en esta ciudad industrial. Pero para todo el país, cuyos habitantes dormían en su mayoría a esa hora, se trató apenas del primer caso en otro día mortífero y de un nuevo ingreso al recuento de personas que mueren baleadas.
La matanza del 14 de diciembre de 2012 en una escuela primaria en Newtown, Connecticut, fue una anomalía horrenda. Pero la mayoría de los homicidios en los que se usan armas de fuego cobra sólo una víctima y no suele recibir atención alguna de la prensa.
Desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más pequeños, más de 31.000 personas mueren por heridas de bala en Estados Unidos cada año, de acuerdo con el Centro de Control y Prevención de Enfermedades. Se trata de un promedio de 87 casos diarios. Una treintena de éstos corresponde a homicidios. Más de 50 personas usan las armas de fuego para suicidarse. Y otras perecen al recibir tiros en forma accidental, durante operaciones policiales o en otras circunstancias.
AP