En el centro de ese descompasado movimiento, se encuentra la relación sino-americana, quizá la única díada determinante en el futuro del orden mundial
Un fantasma recorre los pasillos de las principales universidades, think-tanks y agencias gubernamentales de los EEUU, el fantasma de la primacía china. Las estructuras de poder mundial se mueven sin un patrón definido ni un destino cierto.
En el centro de ese descompasado movimiento, se encuentra la relación sino-americana, quizá la única díada determinante en el futuro del orden mundial.
La forma en la que una potencia trate a la otra, marcará la dinámica de las relaciones internacionales en este siglo. Intentemos resumir las opciones estratégicas de los EEUU hacia China.
Washington se debate entre tres posibles estrategias frente a Pekín: contención, compromiso y empoderamiento. Cada una varía de las otras dos no sólo en grado de proximidad, sino en enfoque y posibles consecuencias. La estrategia de contención no es otra sino repetir lo que los EEUU hicieron frente a la URSS durante la Guerra Fría, esto es, evitar la expansión de su poder sin descartar ningún medio. Repetir fórmulas que fueron exitosas en el pasado en la mayor tentación política, aunque los resultados sean, la mayoría de las veces, desastrosos, pues las condiciones históricas son únicas y la realidad no se ajusta a fórmulas preestablecidas. La China del siglo XXI no es la URSS del XX, es una potencia, sobre todo, económica, y la naturaleza interdependiente de la relación de China con los EEUU (y con el resto del mundo) reduce las opciones de éxito de la contención. La estrategia del compromiso es más compleja, aunque más cercana a la realidad concreta. Si los EEUU reconoce a China como un socio, más allá del plano económico, y se sienta a dialogar francamente acerca de la posibilidad de concertar las condiciones para la gobernanza mundial, esto podría ser bien recibido por la nomenclatura china, pero terriblemente criticado tanto por halcones como por defensores de los DDHH en los EE. UU y el resto del mundo occidental, sin hablar de los aliados asiáticos de Washington.
Por último está la más polémica de las tesis, el empoderamiento de China. Si Washington reconoce no sólo que China es una potencia en auge, sino que además debe tomar el liderazgo mundial, los EEUU podrían concentrar sus esfuerzos en asuntos domésticos tan urgentes como la creación de nuevos empleos, por ejemplo. Pero empoderar a China trae consigo todas las críticas de la estrategia del compromiso, con el añadido de que puede ser erróneo evaluar al país asiático como el potencial líder del mundo, bien sea por falta de capacidades o de voluntad real de asumir tan alta responsabilidad.
Por lo pronto, la contención ha sido la elección de la administración Obama. Bien sea por limitaciones creativas o evasión a las críticas de aliados, halcones y palomas, la estrategia del «Pivote Asiático» es la punta de lanza en la política exterior y de seguridad americana. Pero China es una potencia reactiva y tal fórmula no quedará sin respuesta.
Víctor Mijares