Hasta Lula lo ha dicho: Maduro es un muy mal imitador, y como siempre ocurre con las malas copias, ha terminado demostrando a propios y a ajenos que no calza los zapatos ni alcanza las tallas del finado comandante
Ya se sabe que esta contienda electoral es de las más injustas y desbalanceadas de toda nuestra historia. Es importante reflexionar sobre eso. Sobre todo, estimados lectores, si militan ustedes en las filas del oficialismo. Es necesario entender que no se trata sólo de ganar o perder una elección, sino del precedente que queremos sentar, y de la forma en la que queremos comprender la política de ahora en adelante. No, pese a lo que haya dicho Maquiavelo, los fines no justifican los medios.
A corto plazo ambas opciones en pugna pretenden, la oficialista, mantenerse en el poder, y la opositora, hacerse de la presidencia para cambiar el rumbo de nuestra nación. Esos son los objetivos inmediatos. En el primer caso, se ve claro, hay tres palabras centrales, algunas de ellas nada novedosas por cierto, que sustentan el anhelo de Maduro de legitimar por la vía de los votos un mandato, que todos lo sabemos, nació chucuto y ahora él detenta y ejerce de manera espuria.
“Continuidad”
La primera de éstas es la palabra “continuidad”. Maduro no promete novedades sino que se aferra a lo que otros lograron, o al menos prometieron, antes que él. Se afana en mostrarse como una opción continuista, de alguna manera “conservadora”, si cabe el término entre quienes se llaman “revolucionarios”, que no ofrece sorpresa alguna en cuanto a sus planteamientos. Mantener las misiones, perpetuar “la obra” (a veces, visto el estado general de las cosas, más valdría decir “las sobras”) de Hugo Chávez, y garantizar, aunque sepa que la economía mal llevada que padecemos no se lo va a permitir, que todo siga más o menos igual, son sus banderas principales. Apuesta Maduro, sin perturbarse en su ceguera, a lo mismo, a que todo siga igual aunque sabe que si seguimos como vamos terminaremos peor y de bruces contra las consecuencias de las nefastas políticas económicas, laborales y de seguridad de los últimos catorce años.
“Mitificación”
La segunda palabra que caracteriza la línea oficialista es la “mitificación”. Para nadie es un secreto que el uso, idealización y abuso de la imagen de Chávez, al punto de pretender convertirlo en una entidad ultraterrena y santificada, más allá del bien y del mal, y contra la que no caben cuestionamientos ni equívocos, ha sido la nota distintiva del discurso madurista. Poco fructífero por cierto, ya que Maduro ha fomentado contrastes entre él y Chávez, en verbo, carisma y arrastre, que lo han dejado muy mal parado. Hasta Lula lo ha dicho. Maduro es un muy mal imitador, y como siempre ocurre con las malas copias, ha terminado demostrando a propios y a ajenos que no calza los zapatos ni alcanza las tallas del finado comandante. No es necesario ver las diferencias del trato que dispensaba la oposición a Chávez, y el que le prodiga a Maduro, al que ni siquiera teme ni mucho menos respeta, para percatarse de que el animal político que fue Chávez en vida cometió ya al final de sus días, un error garrafal: el de designar a un verdadero “bate quebrado” como su sucesor; lo que hay que ver es cómo lo tratan sus mismos seguidores y cómplices, que no se someten ni respetan a Maduro como antes lo hacían con Chávez, y que nos demuestran todos los días que Maduro no es una pieza indispensable, sino intercambiable por otras con sus mismas apetencias, en el juego “revolucionario”. Chávez era el “todo”, Maduro sin ser la “nada”, se acerca bastante al vacío. El primero era operador, el segundo no es más que un instrumento, Chávez movía los hilos, a Maduro le mueven los hilos, por eso no le queda más que simular ser Chávez e intentar subirse sobre los hombros del occiso, enano como es Maduro, para tratar de hacernos creer que vale lo que pesa y que puede ver, parafraseando a Bernardo de Chartres, un poco más allá.
“Abuso”
La tercera palabra, que caracteriza la campaña oficialista es “abuso”, y acá sí entro de lleno en lo que anunciaba ya en mis primeros párrafos. Hasta el momento en el que redacto esta entrega, el comando opositor “Simón Bolívar” había interpuesto ante el CNE, sin obtener respuesta oportuna por cierto, cerca de cien denuncias por evidentes y muy graves violaciones a las normas de campaña, con el agravante de que todas éstas, absolutamente todas, se ejecutaron desde el poder usando recursos e instituciones públicas que nos pertenecen y se deben a todos los venezolanos, que no sólo a quienes se hacen llamar, pese a los continuismos que pregonan, “revolucionarios”.
Compendio
de aberraciones
Desbalance grave en la cobertura del SNMP de los actos oficialistas contra la que se brinda a los actos opositores, uso descarado y brutal de los recursos del Estado para favorecer la opción oficialista; funcionarios públicos, entre ellos gobernadores y alcaldes chavistas, Rafael Ramírez, por PDVSA y el impresentable de nuestro Ministro de la Defensa, Diego Molero, haciendo sin recato campaña por la opción madurista; amenazas claras contra la oposición, como esas en las que se ufana en las redes sociales Iris Varela; publicidad electoral adelantada, sin RIF identificador o encubierta; favorecimiento, traidor e inconsulto por demás, de la injerencia cubana en nuestros asuntos electorales, permitiendo hasta que su himno extranjero suene en actos proselitistas en cadena nacional; uso de infantes en actos políticos, destrucción o remoción de la propaganda electoral de la opción opositora, publicación ilegal de encuestas de dudosa procedencia; acceso indebido a las claves de las máquinas, insultos, amenazas, denuncias y deméritos sin base contra la dirigencia opositora, y no pare usted de contar, son sólo algunas de las aberraciones e ilegalidades a las que el oficialismo nos ha expuesto en las últimas semanas.
¿Una victoria trampeada?
Amigo oficialista, no sé qué piense usted, pero el futuro de Venezuela vale mucho más que estas triquiñuelas. Hay que ver más allá, que no “al más allá”, como lo pretende Maduro. A nadie se le escatima, ni en una opción ni en la otra, el deseo de ganar las elecciones, pero para lograrlo, al menos en el país en el que nuestros hijos merecen vivir, no nos es dado hacer lo que nos venga en gana. Si hoy, porque ello “conviene” a sus intereses a cortísimo plazo, avalan estos desmanes, ¿qué les garantiza que el día de mañana no serán ustedes los mismos que tendrán que, valga la metáfora, “morir” bajo el hierro que ustedes mismos han forjado? El “fin” de lograr mantenerse en el poder, en uso de esos “medios”, puede traer consecuencias muy graves de las que nadie, la historia lo demuestra, puede al final escapar. Si siguen ustedes así, y si ganan (digo, si es que Maduro no sigue comentando sus alucinaciones y desvaríos pajareros en cadena nacional) ¿Con qué cara mirarán después a sus hijos, cuando la torta les salga pasmada y las cosas no cambien, sino empeoren? Si siguen los abusos, y éstos les garantizan la “victoria”, podrán decir “ganamos”, pero jamás podrán enorgullecerse de ello y vivirán siempre con el estigma de la ilegitimidad. Una victoria así, trampeada, no es más que la peor de las derrotas.