La pregunta es pertinente habida cuenta de la proximidad de las elecciones y de las legítimas aprehensiones y preocupaciones de los demócratas venezolanos; obviamente, la respuesta se nos antoja harto compleja e intrincada. Por las informaciones y la publicidad gubernamental se percibe que ya el Gobierno amarró a las principales encuestadoras del país, cuyos resultados, independientemente de que sean o no un retrato serio y profesional del momento, se han convertido en meros instrumentos de propaganda política. Unos de los pocos lugares del mundo donde los propietarios de estas empresas (al fin y al cabo, eso es lo que son) son una suerte de oráculos y “pontífices” bien remunerados es nuestro país. De allí que sus juicios deben ser tomados a beneficio de inventario.
Pero, más allá de las conjeturas que se puedan hacer sobre el tema, de por sí bastante trajinado, me quiero referir, en esta oportunidad, sin pretender oficiar de abogado del diablo, a los factores impredecibles del comportamiento social de un pueblo sometido a una altísima manipulación emocional. El régimen busca arropar todos los escenarios para ganar las votaciones del 14-A, apelando a las herramientas a su disposición (válidas o no) que le permite su posición de dominio de la sociedad venezolana.
En fin, lo que busco destacar es lo difícil de la utilización de los sondeos de opinión pública para pronosticar preferencias electorales en naciones sometidas a fuertes presiones internas y también, por qué no decirlo, bombardeadas desde el exterior para formar una matriz de opinión favorable a quien detenta el poder, tal como ocurre aquí, donde el uso inescrupuloso del Estado lo ha trasformado en poderoso instrumento de coerción y represión, en un gigantesco y eficaz aparato electorero, propagandístico y de movilización.
Por eso deseo traer a colación el caso de Nicaragua, cuando en los comicios de 1990, navegando a contracorriente, con un sandinismo apabullante y arrollador que venía de acabar con la feroz dictadura de Anastasio Somoza, salió vencedora la señora Violeta de Chamorro, en contra de los pronósticos más creíbles y para sorpresa de muchos, con 57,7%, de los votos. ¿Qué pasó? ¿Cómo fue posible semejante desenlace con un partido transmutado en revolución que se adueñaba de la vida nicaragüense sin mayores problemas? Desde el poderosoThe Washington Post y la cadena norteamericana NBC hasta estudios realizados por organizaciones locales e institutos internacionales daban por sentado el irreversible triunfo de Daniel Ortega y el FSLN. A decir verdad, sólo unas pocas encuestadoras pronosticaron la derrota, pero, obviamente, no fueron escuchadas.
Guardando las distancias y sin hacer un paralelismo que no procede, la actitud responsable, corajuda y profundamente comprometida con la democracia y la libertad venezolanas de Henrique Capriles puede servir de fuerza arcana (a pesar de este CNE parcializado) para dar al traste con las predicciones de cuanto “adivinador” local de pacotilla se asome por la ventana complaciente de la entrega fácil a las malas copias de Chávez. Encuestas no ganan elecciones.
Muchos son los factores que entran en juego. Entre ellos podemos citar la abstención que se puede producir en el chavismo por la desaparición física de su líder y la decepción ante un candidato que, por más que se esfuerce, no calza los zapatos de a quien ambiciona sustituir.
En suma, Capriles sí puede derrotar a Maduro con el apoyo militante, masivo y entusiasta de quienes están dispuestos a participar sin dejarse amilanar por la furibunda metralla mediática y militarista disparada desde un oficialismo cobarde y temeroso de perder sus prebendas y canonjías…
Freddy Lepage