La «revolución bolivariana» del fallecido Hugo Chávez se coló en la vida de Marbelys Aguirre cuando perdió su casa en las inclementes lluvias de 2010. El gobierno realojó a su familia en un hotel para refugiados y le acaba de adjudicar un apartamento gratis de la Gran Misión Vivienda Venezuela.
«Tiene dos habitaciones, una sala, una cocina. Es cómoda para vivir», explica a la AFP esta joven de 30 años en la precaria cocina comunitaria del primer piso del hotel en el barrio de Sabana Grande, este de Caracas, donde ha vivido los últimos dos años junto a otras 33 familias de refugiados, a la espera de su nuevo hogar.
En 2003, en un momento de baja popularidad, Chávez lanzó unos millonarios programas sociales, bautizados como «misiones» y financiados con la ingente renta petrolera, con los que favoreció y conquistó a los más pobres, mayoría en Venezuela.
A su muerte, el 5 de marzo, tras casi dos años de lucha contra un cáncer, algunos se preguntaron si el ganador de las elecciones del próximo domingo entre su heredero político Nicolás Maduro y el líder opositor Henrique Capriles Radonski mantendrá estos programas.
«Claro que lo hará. Ya son un derecho, el pueblo abrió los ojos, no nos lo van a dejar quitar. Venezuela no es de un presidente, es de los venezolanos. Si lo montamos con votos, también lo podemos bajar con votos», asegura convencida Aguirre, costurera, mientras dos de sus tres hijos juegan en el pasillo con los hijos de otros refugiados.
Al revés que Aguirre, Margaly Pantoja, una ama de casa de la populosa barriada de Petare, en el este de Caracas, es una beneficiaria habitual de las misiones: compra alimentos subsidiados en la misión Mercal, se graduó de bachiller gracias a la Misión Ribas de educación para adultos y sus hijas estudian en la universidad gracias a la Misión Sucre.
«Con Maduro (favorito en los sondeos) seguirán igual, son del pueblo para siempre. Es más, deberían ser parte de la Constitución para que nadie tuviera la tentación de eliminarlas», explica a la AFP esta señora de 46 años, con bolsas en las manos repletas de alimentos tras comprar en un puesto a cielo abierto de Mercal, en la plaza Cristo de Petare.
Pantoja cree que las misiones deberían ser parte del Estado, «gobierne quien gobierne», al estilo del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, un programa de transformación social a través de la música financiado por el gobierno y que sigue más vivo que nunca tras convivir con siete presidentes de distintos colores desde 1975.
«Hoy me he ahorrado casi 400 bolívares (63 dólares al cambio oficial)», explica con satisfacción al lado de una cola de gente que espera para comprar alimentos al margen del «mercado capitalista» y de la inflación.
Para los analistas, la continuidad de las misiones depende más de cómo evolucione la economía del país, que depende en 96% de los ingresos del petróleo, cuyo precio está estancado en poco más de 100 dólares desde hace casi dos años.
«¿Si los venezolanos empiezan a ver amenazado lo que consideran un derecho adquirido, cómo reaccionarán?», se pregunta el sociólogo Ignacio Ávalos.
Hasta el día de su muerte, Chávez (1999-2013) había creado más de 30 misiones en áreas como salud, educación, alimentación, deporte, empleo, vivienda, agricultura y seguridad.
Según cifras de dentro y fuera de Venezuela, las misiones han contribuido a descender los niveles de pobreza en el país. Datos de la CEPAL aseguran que entre 1999 y 2012 la pobreza pasó del 49,4% a 29,5%.
Conscientes de las implicaciones electorales del tema, ambos candidatos intentan inculcar en la mente de los electores la idea de que ellos son la garantía de su continuidad.
Este martes, por ejemplo, Maduro se comprometió ante miles de obreros en Caracas a crear la Gran Misión Vivienda para Obreros y «a llevar Mercal a la fábrica, a los centros de trabajo, para que las familias de trabajadores tengan acceso directo a todos los alimentos».
El presidente encargado, que dice ser hijo de Chávez, insiste en que si la derecha, según él encarnada por Capriles, llegara al poder, estos programas sociales desaparecerían. «¿Ustedes creen que ‘Caprichito’ -como llama a Capriles- mantendría las misiones?», suele preguntar Maduro teatralmente al público en sus multitudinarios actos de campaña. «¡Nooooooo!», responden los asistentes.
Pero el joven abogado, gobernador del estado Miranda (norte), partidario de un modelo capitalista de fuerte inversión social al estilo del expresidente brasileño Lula da Silva, niega con vehemencia que vaya a suprimir estos programas, aunque asegura que los hará más eficientes.
«Vamos a mantenerlas. ¿Quién dijo que las misiones son del gobierno? Sólo un loco podría quitarle algo a alguien, hay que ser una persona mala para hacer eso», exclamó también este martes en un acto masivo en Cumaná, capital del estado Sucre, en el este del país.
AFP