La idea es ir progresivamente, combinando políticas de incentivos de la demanda, por un lado, mientras que se atacan otras aritas que contribuyen a mantener e incrementar el poder adquisitivo, como el control de los costos de producir bienes y servicios en el país
Desde los productores y productoras que hacen vida en Fedeindustria, nuestra organización apoya -con la señal de costumbre- el aumento del salario mínimo anunciado por el presidente encargado, Nicolás Maduro. La medida representa una justa reivindicación a la clase trabajadora del país por parte del Gobierno Bolivariano, que permitirá además, mantener el poder adquisitivo de los venezolanos, factor determinante en el crecimiento económico.
Establecerlo fraccionadamente denota asimismo responsabilidad, pues los trabajadores y trabajadores de la Venezuela de hoy, cuentan con un nivel de madurez y comprensión política que los dota de las herramientas necesarias para saber que hacerlo de forma abrupta (el incremento del salario mínimo) puede surtir efectos contraproducentes.
La idea es ir progresivamente, combinando políticas de incentivos de la demanda, por un lado, mientras que se atacan otras aritas que contribuyen a mantener e incrementar el poder adquisitivo, como el control de los costos de producir bienes y servicios en el país, por otro lado, para evitar que el aumento se vuelva “sal y agua”.
Así las cosas, la clase empresarial del país debe entender que es ético, justo y congruente apoyar la reivindicación económica del valor del trabajo, caso contrario, se auto desautorizan moralmente para exigir que el Gobierno Bolivariano realice los respectivos ajustes periódicos que deben hacerse sobre los bienes y servicios que producen, comercializan o prestan.
Claro está, el incremento del salario mínimo, por sí solo, no hace milagros, no significa creer que “el mandao ya está hecho”. Requiere un esfuerzo permanente, disciplinado, sincero y creativo para que la variable salario mínimo, junto a otras infinitas variables, engranen con la finalidad que el fin último para la sociedad en su conjunto, sea crecimiento económico traducido en mejoras en la calidad de vida.
Y esto no solo representa fajarse “cuerpo a cuerpo” con variables como el precio del dólar, las solvencias laborales, la capacitación, la inversión, las tasas de interés, los créditos, las leyes laborales (Lopcymat y LOTTT), también exige continuar con programas sociales gubernamentales que reducen la dependencia del salario para cubrir necesidades básicas.
Por ejemplo, el salario de un trabajador rinde más cuando puede comprar a precios solidarios en un Mercal o Pdval, pues le libera parte de su salario para cubrir otras necesidades como vestido y calzado, recreación, educación y deporte. Igual, cuando un trabajador cuenta con beneficios asistenciales de salud (de calidad), se evita el altísimo costo que representaría acudir a la red médico-asistencial privada, que como todos sabemos, una parte ella (para ser justos) exagera con el cobro de sus servicios.
Miguel Pérez Abad