Esta vez hubo sorpresa. La ajustada victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles en las elecciones del domingo en Venezuela ha provocado el desconcierto en las filas chavistas y abre un panorama inédito en 14 años de revolución bolivariana.
Apenas 200.000 votos, 1,5 puntos, separan al ungido de Hugo Chávez (50,66%) de su rival (49,07%), cuando las encuestas le otorgaban una ventaja de entre 10 y 15 puntos. No solo eso: la participación, cercana al 79%, es muy similar a la registrada en los comicios de octubre de 2012, cuando Chávez obtuvo 10 puntos sobre Capriles. Es decir, ha habido un claro trasvase de votos chavistas al candidato opositor.
Esgrimiendo más de 3.000 denuncias de irregularidades, la oposición se niega a reconocer los resultados y ha exigido un recuento voto a voto. A pesar de ello, Maduro fue proclamado ayer mismo ganador oficial, sin esperar siquiera a que el proceso haya concluido formalmente.
Se comprende que el estupor reine en el gobernante Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV). A falta del carisma del caudillo, Maduro contaba con todo lo demás: la bendición de su mentor, el clima emocional generado por la desaparición de Chávez, los recursos económicos del Estado y la apisonadora de los medios de comunicación controlados por el poder. Lo que parecía que iba a ser un paseo triunfal para Maduro se quedó en salvar los muebles. Y lo que se perfilaba como la inmolación de Capriles en su segunda carrera presidencial es, en la práctica, una victoria moral. El gobernador del Estado de Miranda se ha batido a fondo en una lucha desigual.
Capriles se encuentra en una buena posición. Semejante caudal de votos le confirma como la alternativa al chavismo, siempre que la oposición no repita los errores del pasado y mantenga su estrategia de unidad. Y en manos de su rival queda la dura tarea de enderezar un país polarizado y castigado por la inflación, el declive de la industria petrolera, el desabastecimiento, los cortes de luz y la criminalidad galopante. Con su personalidad arrolladora, Chávez mitigaba el descontento. Desaparecido el caudillo, la oratoria ya no basta. La población va a exigir soluciones.