Somos una nación exhausta. Somos dos bandos enfrentados. Unos, aferrados al poder, a usufructuarlo, a acumularlo, a multiplicarlo. Y otros en permanente alerta, manifestando nuestra disposición a luchar por el respeto, porque no se nos descalifique, porque no se nos niegue nuestra ciudadanía con despectivos epítetos como “apátridas”
Noel Alvarez*
Con las recientes elecciones presidenciales se abre la Caja de Pandora de una predecible crisis política que se veía venir. La negación desde el poder de la existencia y los derechos de un números grupo de venezolanos que crece exponencialmente y que no acepta la manera de gobernar de este proyecto político, era una advertencia desoída por quienes mandan.
El fallecido presidente Chávez llegó a tener una importante mayoría, y por eso ganó las elecciones de 1998. Sin embargo, sus ejecutorias erradas fueron lanzando automáticamente a muchos de sus partidarios a la acera contraria. Aquella popularidad que en algún momento rozó la fenomenal cifra del 90%, se fue desvaneciendo en cosa de meses. Y hace algo más de una década, entramos en la Venezuela del enfrentamiento perenne, la única que conocen los jóvenes de hoy.
Somos una nación exhausta. Somos dos bandos enfrentados. Unos, aferrados al poder, a usufructuarlo, a acumularlo, a multiplicarlo. Y otros en permanente alerta, manifestando nuestra disposición a luchar por el respeto, porque no se nos descalifique, porque no se nos niegue nuestra ciudadanía con despectivos epítetos como “apátridas”.
Siempre hemos respetado a ese otro grupo de venezolanos que cree de buena fe en una propuesta que consideramos errada e inviable. Pero en contrapartida, exigimos respeto. No existe algo tan absurdo como “la dictadura de las mayorías”. El contar con el favoritismo no autoriza a ningún gobernante a atropellar a nadie. Los derechos humanos son irrenunciables y no pueden ser objeto de negociación.
Este ha sido pues, el argumento recurrente desde Miraflores para convertir en blanco de escarnio a quienes no compartimos el pensamiento del PSUV. Sin embargo, desde el 14 de abril, el escenario cambia drásticamente.
En primer lugar, suscribimos la posición del candidato de la Unidad, Henrique Capriles Radonski, de la necesaria auditoría del 100% de los votos, puesta en la mesa por el mismo rector del organismo comicial Vicente Díaz. La diferencia es lo suficientemente estrecha y las dudas lo suficientemente grandes.
Por otro lado, compartimos la tesis de que el resultado iba a ser una mínima diferencia a favor del ganador. Sin embargo, cabe apuntar las irregularidades cometidas al amparo del poder y que podrían obviamente torcer la voluntad ciudadana a favor de la tolda roja: desde los favores de la petrochequera hasta las presiones y chantajes. Desde el abuso de instituciones gubernamentales en la campaña hasta el desequilibrio en la presencia de los candidatos a través de los medios de comunicación.
Y aun tomando por buenos los números del CNE –lo cual aún está por verse- el país estaría dividido en dos mitades, con lo cual la inaceptable dictadura de las mayorías rodaría aparatosamente.
*Coordinador nacional de Independientes por el Progreso
@alvareznv