Vivimos en una sociedad en donde cada vez más estamos tentados a irnos, encerrarnos en nosotros mismos y nosotras mismas, a preocuparnos por el bienestar y el bienvivir individual
¿Dónde está tu hermano?: El padre tenía dos hijos a quienes amaba con locura; eran solo dos. El padre soñó con que crecerían, vivirían y juntos construirían una sociedad de amor, de fraternidad, la sociedad ideal en donde sus más lindos sueños albergados desde siempre en su corazón se harían realidad. Pero algo sucedió entre ellos; algo dramático hizo que el sueño del padre se viera impedido. Uno de los hermanos dejó llenar su corazón de sentimientos muy distintos a los que su padre deseaba para él. El padre, al notar que algo ocurría con su otro hijo amado, le preguntó con voz dolida, frustrada, llena de tristeza y con miedo seguramente de escuchar la confesión, pero él ya sabía todo: ¿Dónde está tu hermano? Éste le respondió: No lo sé, ¿acaso soy yo el responsable de mi hermano?
Seguramente esta historia nos parece conocida, quizás tengamos la intuición de haberla escuchado o leído en algún momento de nuestras vidas. Sí, es la historia de Caín y Abel. Esta historia, entre tantas muchas cosas, nos puede hacer pensar en cómo estamos viviendo hoy. La pregunta “¿dónde está tu hermano?” debemos hacérnosla en estos momentos. Vivimos en una sociedad en donde cada vez más estamos tentados a irnos, encerrarnos en nosotros mismos y nosotras mismas, a preocuparnos por el bienestar y el bienvivir individual; lo que ocurre más allá parecería no ser de importancia nuestra, la indiferencia ante la suerte de otros y otras sencillamente no es de nuestra incumbencia, y es que nos han educado muy bien para “no meternos en la vida de los demás”. Así pasamos nuestros días, sin conocernos, sin sabernos, sin buscarnos.
¿De qué tipo
es mi sociedad?
Vivimos en un país en donde se dan muchos tipos de sociedades, pero hay dos fundamentalmente opuestas. Una, en donde el sistema de relación es solidaria y fraterna, las personas se conocen y se reconocen, saben sus historias de vida, sus problemas, se apoyan mutuamente frente la adversidad, celebran sus logros, se dan apoyo mutuo y cuando algo les afecta se organizan y ponen en primer plano el interés colectivo; en ese tipo de sociedad, quien tiene un hijo o una hija los tiene a todos y a todas. En ese tipo de sociedad existe un sistema de vigilancia sobre el bienestar colectivo. Por supuesto que existen conflictos y discordias que llenan de tempestad las relaciones; no obstante, tarde o temprano se terminan olvidando las riñas. Después de todo se valora el haber crecido juntos y juntas.
Por otro lado, existe otro tipo de sociedad en donde se pasan años viviendo y apenas se conoce al vecino o la vecina de al lado, en donde cada vez más las casas y residencias están siendo enjauladas y se busca la manera de escapar hasta del sonido del timbre de al lado. La norma es pasar desapercibidos o desapercibidas porque, al fin y al cabo, “yo no me meto en la vida de nadie para que nadie se meta en la mía”. De esa manera huimos de la necesidad de convivir y de reconocer al otro y la otra; de este modo anulamos por completo la otredad. Sencillamente no nos interesa si él o la de al lado sufre o padece. Es en este contexto en el que la pregunta ¿Dónde está tu hermano? se hace cada vez más necesaria.
Convivencia, pero además pacífica
Desde una perspectiva de derechos humanos, la convivencia pacífica es una realidad que todos y todas debemos ir construyendo, pero para que realmente sea pacífica necesariamente tiene que ser convivencia. El convivir, entonces, se presenta como el primer requisito necesario para que pueda haber una realidad que sea denominada pacífica. El pacifismo no es ausencia de conflictos, de problemas, de dificultades. Al contrario, el que una convivencia pueda ser llamada pacífica necesita superar circunstancias que la hayan amenazado con no serla o con ser cualquier cosa menos que pacífica. Pero para ello debemos dar el primer paso: convivir. Lo demás se irá presentando en el camino pero siempre apuntando a que esa convivencia sea pacífica.
A este tipo de sociedad, la pregunta ¿Dónde está tu hermano? seguramente hará surgir casi que espontáneamente la respuesta: no lo sé, ¿acaso soy yo el responsable de mi hermano? A esto valdría decir que sí. Por la sencilla razón de que “Nuestro vecino es nuestro yo desconocido que se torna visible, su cara se refleja en nuestras aguas quietas que si la miramos, contemplaremos nuestro mismo rostro. Prestemos atención en la noche y le oiremos hablar y sus palabras serán los anhelos de nuestros mismos corazones”. Aunque nos empeñemos en insistir en lo contrario “nosotros y nosotras no somos nosotros mismos y nosotras mismas, estamos hechos de las otras personas y aunque lo ignoremos ellas están con nosotros y nosotras”.
Fuentes
Paráfrasis de la historia bíblica de Caín y Abel.
Paráfrasis I del Poema “José de Arimatea” pág. 59. Gibrán J. Jesús, el hijo del hombre. 8 edición. (2007). Ed. EDAF, S.L. España.
Idem
Otredad y regla de oro
Para una convivencia que además sea pacífica se requiere, entre muchas, otras dos condiciones. Una, dejarnos interpelar por la pregunta ¿dónde está tu hermano?, preguntárnosla día y noche, abrir los ojos y el corazón y salir en búsqueda del otro y la otra, y una vez que nos miremos cara a cara reconocerle como otro y otra, pero no como algo o alguien opuesto a nosotros y nosotras mismas, sino como aquel y aquella que hace que yo exista y que me confirma que también nosotros tenemos la necesidad de ser reconocidos y reconocidas. No para ser criticados o criticadas ni para criticar y encontrar rivales a quien superar, sino para descubrir la humanidad de la que estamos hechos y hechas y valorar la humanidad que descubro en las demás personas ya que, tanto él, ella, ellas o ellos, tú y yo somos lo mismo y ambos caminamos bajo el mismo cielo buscando la felicidad y el bienvivir.
El segundo requisito es la norma de oro de toda sociedad: No hagas lo que no te gusta que te hagan. Antes de actuar o de no actuar, el ejercicio de la empatía; es decir, de ponernos en el lugar del otro y de la otra nos puede ayudar a determinar nuestras acciones y nuestras omisiones. Esto nos llevará a preguntarnos siempre ¿cómo me sentiría yo en caso de…? Estas dos condiciones, si lo hacemos de corazón, nos ayudará a suprimir la tentación de responder frente al sufrimiento del otro y la otra la nefasta respuesta, ¿acaso soy yo el responsable de mi hermano?
Para una convivencia que además sea pacífica debemos siempre recordar que “Nosotros, nosotras y nuestros vecinos y vecinas somos dos semillas sembradas en la tierra. Juntos creceremos y juntos nos moverá el viento”
La Voz de los Derechos Humanos
Red de Apoyo por la Justicia y la Paz
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Bryan Barrios Grafe e-mail: bryanbarrios2@gmail.com